martes, noviembre 29, 2005

Aquocalipsis

Originalmente el siguiente texto iba a ser un simple post. Sin embargo, conforme fui avanzando fue tomando tinte un poco más literarios y terminó siendo un extraño híbrido. Quizá por eso me gustó. El caso es que empezó con un tema que leía hace poco por ahí y pues terminó convertido en esto. Salutes.



Hace unos días un científico japonés estuvo de visita en el país para dictar una conferencia en algún punto de la Ciudad de México, no recuerdo el lugar exacto pero varios periódicos locales y nacionales dieron fe de la noticia.
Algunas revistas especializadas de diferente credibilidad dieron fuerte cobertura a la presencia del investigador, pero sobre todo a sus teorías que según se ha leído de este lado de los océanos, han dado mucho de qué hablar en su nación.
Sus libros se han vendido por millones y más de una persona ha tomado sus postulados como el inicio de una nueva perspectiva que podría unir la física, la medicina y la psicología en una sola disciplina.
La importancia del oriental es que según sus estudios, las frases, los estímulos verbales positivos o negativos provocan una reacción física sobre el agua… y no sólo eso, dice además haberlo comprobado.
El sujeto asegura haber realizado experimentos donde le decía palabras “bonitas” o “agradables” a una muestra de agua e insultaba y agredía verbalmente a otra, con lo cual comprobó que en cada caso el agua tenía invisibles reacciones que pudo vislumbrar a través de la congelación: los cristales de agua se conformad de diferente manera si le dicen en cariñoso tono frases como “esa agua bonita, ¿quién la quiere?” a como se congelaría después de un “pinche agua de mierda, seguro te sacaron de una noria donde orinaban los albañiles borrachos”.
Hasta donde reza la nota, los estímulos iban más a palabras sueltas pero de significado bastante claro, y cita particularmente la palabra “imbécil”.
Lo sé. Yo también reí cuando escuché de este hombre y sus experimentos, sobre todo al imaginar la escena del vaso de agua y al japonés cantándole canciones de cuna o vociferando frases de cualquier hooligan, esperando ver la reacción del líquido.
Además, para aquellos que vivimos intensamente la segunda mitad de los ochentas y principios de los noventa, nos es imposible evitar el recuerdo de aquella escena en Los Cazafantasmas 2 cuando experimentan exactamente las mismas reacciones (aunque a un nivel mucho más exagerado) con el llamado ectoplasma (ese líquido viscoso y rosado que dejaban los fantasmas al tocar cualquier cosa), particularmente cuando rellenaban un tostador de pan con él y Bill Murray le cantaba un alegre rock and roll, ante lo cual el tostador reaccionaba de la única manera posible en que reaccionaría un tostador con ectoplasma: bailando. En contraparte, cuando lo insultaban lo suficiente el ectoplasma se ponía al punto de ebullición.
De cualquier forma, la justificación que el japonés da a su investigación es el hecho de que el 75 por ciento del cuerpo humano es agua y por ende, nuestro cuerpo tiene reacciones ya no psicosomáticas, sino físicas a los estímulos verbales.
Las implicaciones son obvias y múltiples: Si osamos llamar “imbécil”, “pendejo”, “hijo de puta” a alguna persona, su cuerpo tendrá reacciones de lo más diversas que se manifestarán en formas que el japonés aun no explica, pero que da por hecho serán poco deseables.
Sobra decir que las teorías del científico generan una infinidad de dudas e ideas. Primero: ¿el agua entiende sólo el japonés o todos los idiomas? ¿Lo que importa es la palabra o la intencionalidad? Porque de ser lo segundo, significaría que la verdad de las relaciones humanas está en la diplomacia, y para evitar cualquier atentado contra la estabilidad psicosomática de una persona bastaría insultarlo con toda dulzura, algo así como “cariño, con todo respeto dirígete a sostener un encuentro de naturaleza carnal con tu progenitora” o “por favor introduce tu dedo medio de la mano derecha en tu cavidad rectal”. Las variaciones son ampliamente numerosas.
Alguien me decía que el significado real de todo esto es que debemos tener en todo momento pensamientos positivos, porque de lo contrario el agua de nuestro cuerpo se manifestaría a través de malestares, depresiones, enfermedades entre otras cosas. Sin embargo, hay preguntas que necesariamente deben plantearse ante estos experimentos: ¿cómo hace el agua para distinguir el parámetro de lo positivo y lo negativo? ¿Hay una inteligencia en el agua? Si alguien vio “El secreto del abismo”, dirigida por James Cameron y protagonizada por Ed Harris se preguntará si en realidad hay extraterrestres que existen a través de eso que los reporteros policiacos llaman “el vital líquido” o si la inteligencia proviene directamente de esa molécula de hidrógeno y aquellas dos de oxígeno.
Los mayas creían firmemente que algo había en el agua más allá de lo visible. La misma palabra Chichén itzá significa algo así como “El pozo de la sabiduría del agua”.
Las posibilidades que se abren son enormes. Piénsenlo: Las mujeres no serían frígidas, simplemente sus hombres no le habrían hablado con la suficiente delicadeza a su vagina y más específicamente, a su flujo vaginal y por ello no se habría dignado a salir para lubricar la cavidad. La cerveza y las bebidas alcohólicas en general no provocarían resaca, pues el malestar no sería otra cosa que una airada reacción negativa del agua que cada bebida contiene, ofendida porque (al igual que las mujeres) no se le habló dulcemente antes de abrirla y tomarla (a la bebida). Igualmente, en inundaciones y catástrofes derivadas de la lluvia, bastaría hablarle con toda humildad y devoción a los ríos y a los mares, al agua en general que corre por las calles para que calme sus ímpetus y nos regrese la tranquilidad tan ansiada y súbitamente arrebatada.
Pero la gravedad de este fenómeno va mucho más allá. Toda esa emotividad en el agua implicaría por consecuencia lógica una volubilidad terrible. Una susceptibilidad constante. Y no sólo eso: Estaríamos hablando de que el agua tiene sentimientos y por ende sería un ser viviente, pensante, con emociones e inteligencia, capaz de percibir los estímulos, de escuchar nuestras palabras. Un ente poblador de tres cuartas partes del planeta, es decir, sería el amo y señor de esta tierra. Una especie de ser todo poderoso y omnipresente, expectante de todas nuestras palabras y pensamientos al estar presente en el 75 por ciento de nuestro cuerpo. Seríamos templos vivos del Dios Agua. El agua estaría en todas partes. En la naturaleza, en nuestra casa, nuestros trabajos, en nuestros cuerpos.
De comprobarse todo esto, rápidamente brotarían grupos protectores de la dignidad acuífera que ante el peso de sus argumentos, cobrarían un alto número de seguidores. Dirían que el agua tiene derechos como ser vivo, que le debemos no sólo cuidado y economía, sino respeto y admiración pues de agraviarla desataríamos su furia intempestiva, una hostilidad sin límites ni misericordia.
De esta forma se crearían cultos y sectas alrededor de esta omnipotencia, Los Testigos del H2O, la Iglesia del Agua del Mar de las Últimas Gotas, etcétera. Y todas tendrían al japonés como profeta y sus estudios como Biblia. Habría otros profetas asegurando que el agua les habla, que les da órdenes, instrucciones, parámetros de conducta, mandamientos. El Agua sería Dios.
En unos años se levantarían pirámides en honor del Agua y lanzaríamos vírgenes a los cenotes sagrados, presas, lagos y mares del mundo. Haríamos danzas a la lluvia. Buscaríamos una comunión con el agua. Todos cambiarían su residencia cerca del mar por motivos religiosos. El agua de consumo se racionaría sólo para motivos religiosos.
La natación sería el deporte más valuado. La orina sería Dios manifestándose a través de nosotros. Pasaríamos los días empapados de Divinidad. Las casas se construirían dentro del agua para que Dios nos acompañe a todas horas. Nuestra fisionomía se alteraría. La evolución se inclinaría hacia lo anfibio. Nos brotarían escamas y aletas, y con los siglos branquias. Seríamos nuevos seres. Acuáticos ahora. La tierra quedaría despoblada. El ser humano comulgaría completamente con su Dios el Agua, esa divinidad con voluntad y principios, caprichosa pero con un orden y una ley, a quien no se deberá injuriar ni agredir pues reaccionaría violentamente, ya toda poderosa.
Y la evolución continuaría. El Agua seguiría absorbiéndonos. Estando todo el tiempo nadando perderíamos las piernas en el proceso evolutivo. Tendríamos sólo aletas y perderíamos dimensiones pues no saldríamos del Agua. Nos reduciríamos. Sería sólo cuestión de tiempo confundirnos con los peces. El hombre desaparecería y la vida volvería totalmente a los mares.
Con la desaparición del principal depredador de este mundo, el resto de los animales también evolucionaría hacia especies con menos defensas, menores tamaños. Unos siglos más y todos seríamos diminutos peces, casi invisibles, como último paso antes de ser plancton y después, tras alguna radiación atmosférica, nada. Todo sería agua y el mundo sería de nuevo un edén. Un paraíso despoblado donde sólo Dios existiría. Nada más.
Entonces nadie recordaría al japonés ni sus teorías, no habría palabras ni memorias porque no habría nadie en todo el mundo. Los libros habrían desaparecido. Los registros, los archivos, todo. Sólo el agua. Ese voluble líquido.
Nadie estaría ya para pensar ante tales acontecimientos que en estos tiempos y estos días que hoy vivimos, la humanidad debió condenar las teorías del japonés, tacharlo de hereje y crucificarlo en lo alto de un monte. Finalmente, si sus hipótesis fueran correctas seguramente resucitaría al tercer día o al menos renacería en un paraíso submarino.

Antonio Argüello
26 de noviembre de 2005

sábado, noviembre 26, 2005

Despedida sin tango y sin París


Sólo un último baile. No te pido más. Un último baile y daré la vuelta para no verte ni buscarte de nuevo. Partiré sin sollozos ni lágrimas, sin despedidas ni congojas, puertas o ventanas abiertas ni miradas suplicantes. No habrá más botellas de tinto ni palabras de estéril melancolía. Caminaré sin mirar atrás y sin esperar que ante la inminente separación grites mi nombre y te eches a mis brazos arrepentida, llorando para no dejarme ir. Nada de eso, lo juro. Pero a cambio sólo te pido un baile, sólo uno y nada más. Así te lo prometo, así te lo juro. Un solo baile… Pero debe ser un tango, amor mío, el más triste de ellos. El más patético de todos

jueves, noviembre 24, 2005

El mundo es mío


El mundo entero, los seres que lo habitan y la humanidad completa que hay en él son míos, míos y sólo míos. Si quiero salvarlos en su totalidad y morir en el intento o dejarlos quemarse hasta sus cenizas en un incendio voraz de odio y autodestrucción es mi problema, mi responsabilidad y mi culpa. De nadie más.

La vida en un fajo de cartas

Soy fanático del freecell. El carta blanca para que me entiendan, ese jueguito en las computadoras que se parece el solitario pero es algo más complicado y menos aburrido. Puedo pasar horas enteras jugando una y otra vez frente a monitor (justo como lo hago ahora). Entiendo que el secreto de la partida está en no fijarse en subir las cartas rápido sino en poner orden en las que quedan abajo. No importa si faltan ases, si el tres de corazones está tapado por seis cartas más, si el rey de espadas está en espera. No importa.
Sin embargo, en el freecell como en todos los juegos que utilizan cartas tengo una obsesión: el orden final de los fajos debe ser de izquierda a derecha espadas, corazones, diamantes y tréboles. No entiendo por qué. Incluso en el solitario, que sí permite mover los fajos finales, los acomodo exactamente en ese orden.
La casualidad (odio la causalidad, prefiero el azar) ha dictado desde que empecé a jugar freecell que cuando se dan las condiciones de acomodar los ases en ese orden, invariablemente pierdo. Algo sucede al principio o al final del juego que no me es posible ganar. Sólo sucede en esos casos. Cuando es otro orden cualquiera me es relativamente fácil ganar y puedo decir sin presunción que gano cuatro de cada cinco juegos. Cuando no es MI orden. Cuando no significa nada. Pero no cuando el orden está acorde a mí.
¿Por qué es esto? ¿Es que en esta maldita vida las cosas son posibles siempre y cuando no sean a nuestra manera? ¿Por qué las victorias nunca son completas?

miércoles, noviembre 23, 2005

Mala noche ¡no!


“Palabras más, palabras más, palabras menos,
Es lo que más te puedo dar, es lo de siempre...”.

Mucho ska, mucho rock, unas Pacífico, mucho tabaco, muchas letras, la pantalla, el teclado y mi soledad… ¿Quién te necesita, pinche humanidad?

“Las tumbas son para los muertos, las flores para sentirse bien
La vida es para gozarla, la vida es para vivirla mejor…”.

Galletas Marías



Engullo una galleta María mientras escribo esto. La sostengo entre mis labios y mis dientes mientras tecleo a toda prisa estas líneas. En las bocinas de esta lap top suena Jeannette con “Soy Rebelde” (sí, soy patético y qué chingados, a quien le moleste que se queje en Profeco). Ahora la jalo con la lengua –la galleta –y se pierde en mi garganta convertida en un bolo húmedo y tibio –también la galleta.
“Córtate las venas con galletas Marías”, reza el lugar común para el sufrimiento estéril, la autocompasión, para la masturbación de la melancolía mientras se mira atento una película chantajista y sentimentaloide o se escucha una canción como la que escucho (ya empezó “Frente a Frente”: “…frente a frente bajamos la mirada pues ya no queda nada de qué hablar…”. Algún día le dedicaré un post exclusivamente a Jeannette, me cae).
Se me vienen muchas cosas a la mente con la expresión: Leonardo DiCaprio hundiéndose irremediablemente en el océano helado ya por terminar “Titanic”; Bogart impávido en la escena final de “Casablanca”, Los Bukis, Cristian Castro, Luis Miguel; Pedro Infante llorando en el regazo de una moribunda Sara García en “Vuelven lo García” y luego arrojando un puño de tierra a la tumba mientras susurra entre sollozos “mi viejita linda…”; de nuevo nuestro Pedrito pero ahora sosteniendo al Torito calcinado y mostrándoselo a la histérica Blanca Esthela Pavón en “Ustedes los Ricos” (y claro, el discurso de Chachita a la madre de Manolo Fábregas en su funeral); Angélica Rivera gritando en medio de una hacienda y de la lluvia entre lágrimas y mocos “¡yo soy la dueña!”; Juliancito Bravo con ojos vidriosos tras escuchar que su primo apostó y perdió en el póker el dinero con que debía comprar su traje de primera comunión (el de Juliancito); un mozuelo Luis Miguel buscando inútilmente su pierna recién amputada en una triste cama de hospital; Pedrito Fernández enterándose de la muerte de su única figura paterna, José Elías Moreno (¡con greña y paliacate en la cabeza totally 80’s!), en un accidente de motocicleta; el mudo Omar Fierro sacando voz de sabrá Dios dónde cuando ve que la infeliz maniática, al grito de “¡Marisela, vete al infierno!” le dispara a su amada Érika Buenfil (Y ofcors, tenemos que recordar la escena del hospital con Laura León, Joaquín Cordero, Sabi Kamalich y compañía moqueando cuando le disparan al principio de la novela a la verdadera Marisela y a Arturo Peniche, ¡Por Dios, le dedicaron un capítulo completo! ¡Pásenme una caja de clínex y todo un tubo de galletas Marías y tres bolillos de panadería de barrio!); de nuevo Pedrito Fernández ahora enterándose de la mortal e incurable enfermedad del amor de su vida, una insípida (desde entonces) Lucerito (mierda, ¿cómo es que sé todo esto?) entre tantas otras cosas.
Al pensar en lo anterior, me viene la idea de que llevamos dentro una necesidad masoquista e inherente que nos hace evadirnos de la felicidad y llorar inútilmente por situaciones con las que podemos o no identificarnos.
Decía Milán Kundera en “La insoportable levedad del ser” que el vértigo no es el miedo al vacío, sino el miedo a nuestro deseo de saltar desde lo alto, como si la caída nos llamara con seductora voz y nosotros cuales marineros ante al canto de las sirenas, acudimos obedientes al llamado.
Algo así me recuerda esto. La felicidad es tan aburrida que necesitamos algo de emoción, algo de dolor, algo de infelicidad que haga ver esta vida como algo más que una sucesión de días, pagos atrasados y requerimientos de Hacienda.
Pero claro, la pregunta sería por qué precisamente el dolor, por qué no conformarnos con las películas de Bruce Willis, Van Dame, Chuck Norris o Mario Almada.
El drama y lo trágico siempre son atractivos, por alguna razón. Y en base a ello, me vienen dos teorías a la cabeza: por un lado, lo dicho, tenemos una necesidad terrible de ser infelices, de tener dolores al menos virtuales en nuestra monótona, vacía y aburrida existencia. Por el otro, me acuerdo de una de las oraciones dentro del rosario, la que habla del Valle de Lágrimas, quizá nuestra naturaleza es la infelicidad, la amargura, el dolor y el llanto, y por eso sentimos un llamado terrible a las lágrimas y la depresión. En ese sentido también recuerdo un diálogo de la película “Madagascar”, cuando el líder de los pingüinos le pregunta a la cebra: “¿has visto pingüinos corriendo libres por Mannhatan?” y ante la negativa del “monocromático amigo” el mismo pingüino le dice con aterradora gravedad: “es que no pertenecemos aquí, no es natural”.
Algo así les preguntaría a todos ustedes: ¿Han visto a alguien total y realmente feliz en este planeta? ¿No? Es que no pertenecemos a la felicidad, no es natural.
Anyway, para cuando termino de escribir esto utilicé la galleta María para mal alimentarme y no para cortarme las venas, finalmente y como diría Silva, me dejé de joterías y me puse a escuchar a Depeche.

Esbozo de conversación absurda con el patetismo como fondo

-Ahora sí me sentí mal, me cae…
-¿Y eso?
-Estaba sentado anoche en el comedor de mi casa tomando Tecate Light yo solo y escuchando “¿Por qué te vas?” de Jeannette…
-Puta madre…
-En serio… Estaba ahí sentado cantando el coro para mí y pensé “esto sí que es patético”.
-Me cae que sí, ¿qué hiciste después?
-Puse “Soy rebelde”.
-Ingas, estás cabrón…

Chingado, me cae que nadie me ha tratado con amor… snif…

Depeche y el fin del mundo


Si la memoria no me engaña, Depeche Mode comenzó a gustarme cuando se dejó de jaladas y joteras y comenzó a grabar música de verdad. Cuando hizo a un lado estupideces ochenteras como “I just can’t get enought” (cuyo estribillo no puedo dejar de imaginarlo en un antro gay con toda la fauna a medio desvestir cantando desesperada y cachondamente la letra) y se puso a grabar música en serio.
Cualquiera que conozca un poco de Depeche o que esté obsesionado con ellos (saludos, Silva) sabrá que me refiero a la etapa del Violador, y específicamente a la canción “Personal Jesus” que si bien no es la mejor canción de la banda, sí marca una ruptura con el pasado que hasta entonces arrastraban. Fue como si de repente hubieran decidido salirse del huacal rosado que compartían con Erausure, New Order y otros dignos exponentes de New Wave, New Romantic, Techno y todas esas corrientes de los ochentas que se resumían en unas cuantas palabras: mucha jotería y mucho sintetizador (no recuerdo qué cantante de la época decía hace poco en un documental de VH1 algo así como “habíamos tantos adentro del clóset que llegó un momento en que ya no cabíamos”).
Depeche se acercó al lado oscuro. Las guitarras tomaron mayor importancia y el tono de las canciones dejó de ser festivo para adentrarse en lo reflexivo, la introspección y la cínica ironía (“You’re on Personal Jesús, someone to hear your prayers, some one who cares”).
Hay que decir que hasta ese momento nadie había adquirido esa posición, acaso algunos góticos como The Cure. Ni los poperos, mucho menos los metaleros que estaban clavados en el glam querían adentrarse en terrenos más profundos en sus letras y preferían sumirse en la banal actitud de las melenas oxienadas y las poses satánicas y falsamente rebeldes a lo Twisted Sister; aunque por otra parte estaban los pretenciosos herederos de Led Zeppelín, con temas que buscaban ser profundos pero se quedaban en la fantasía superficial, como Iron Maiden.
Depeche era distinto. Muy distinto.
En mi caso, debo confesar que si bien considero Violator una joya, la que considero la mejor canción de estos batos, está en el siguiente disco, “Songs of faith and devolution” y me refiero específicamente a “I feel you” (y estoy seguro que Silva estará totalmente en desacuerdo conmigo). La canción es violenta. Es potente. Es erótica. El track empieza con un pillido distorsionado que con el suficiente volumen puede lastimar los oídos, para que luego eentre una guitarra que en cierta manera recuerda a “Personal Jesus”pero a la vez más cruda, más visceral. Y luego el grito: “I feel you!”. Una joya de lo ecléctico.
Depeche fue de los pocos grupos ochentenos que sobrevivieron los 90 y llegaron dignamente a la primera década del siglo XXI. Me pregunto por qué. La respuesta no es difícil si comparamos qué bandas se quedaron en el camino y cuales brincaron hasta acá: la respuesta está en la oscuridad, la tristeza, las odas a la depresión.
La década de los 90 se inauguró con el grunge y el suicidio de Cobain, las letras apesadumbradas de Peral Jam, de Nirvana, de Alice in Chains y otras tantas bandas que hicieron de la depresión y el fracaso su bandera. El rock tradicional iba en picada, los ochentas se estigmatizaban como la peor década en muchas décadas.
Pero Depeche sobrevivió junto con otros pocos. Se unió a la tristeza sin imitar a los noveles que le seguían. El gesto adusto y las canciones oscuras. La tristeza del mundo se manifestaba en la música y Depeche Mode lo entendió. Los jóvenes ya no soñaban con bailar en la pista como Travolta ni con escapar de la escuela como los chavos de “The breakfast club”, ahora soñaban con matarse como Cobain.
Y el mundo les daba la razón: la generación X se consolidaba a pesar de nuestros detractores –sí, soy un orgulloso miembro de esa generación –entre devaluaciones, pérdidas del poder adquisitivo, filosofías del fin del mundo y la aldea global.
Depeche entonces sacaba apropiadamente dos canciones llamadas “Barrel of a gun” e “It’s no good” y se colaba triunfal entre una nueva generación de grupos como Garbage (a quien justo ahora me encuentro escuchando, por cierto), Oasis, The Verve, Radiohead y muchos más entregados a describir con lujo de detalle cómo el mundo se caía a pedazos. Cuestión de timing, dirían los políticos.
Hace un par de semanas Depeche presentó un nuevo disco. El primer sencillo –cuyo nombre no recuerdo –comparte la oscuridad de los anteriores. Quisiera decir que ello habla de que Depeche está aún inundado de depresión y tristeza pero no es así.
La oscuridad está en nuestro mundo y la música es sólo su eco.
¡Salute por Depeche y que siga la tristeza! ¿O qué? ¿De qué se ríen ustedes, carajo?

lunes, noviembre 21, 2005

La fosa

Muy bien, ya que insisten les dejo este cuento, aunque más que un cuento es un ejercicio. El tema es algo trillado y la hisotira podría parecerse a otras historias, pero quería experimentar y ver qué salía si me sentaba a escrbir mientras escuchaba "La Carencia" de Panteón Rococó y "Resistencia" de Ska-P. Así que excusando el anacronismo (como si hubiera otra forma de escribir), rásquele, mi Amado Nervio....





El sol despuntaba tardío y somnoliento mientras los últimos diez hombres daban los palazos finales a la enorme fosa. La luz se anunciaba tarde en el fondo, como si el sol evadiera la tristeza acumulada en lo hondo y la fétida pestilencia de los cadáveres. Desde lo alto, los capataces con su líder al centro observaban silenciosos e inexpresivos la magnitud de la obra: cien metros de diámetro y otros cientos de profundidad.
Los hombres ya no recordaban cuántos meses les había llevado cavar semejante hoyo. Nunca preguntaron el motivo del trabajo. Nadie preguntó qué utilidad se le daría, y aun así, de haberlo hecho, ya nadie lo recordaría. No recordaban nada. No recordaban siquiera cuántos compañeros habían muerto; cuántos de hambre, sed o de simple cansancio; o cuántos habían muerto de enfermedades e infecciones por la diaria convivencia con los cadáveres. Los trabajadores sólo recordaban que inicialmente era una multitud la que comenzó con la labor a pico y pala, todos con la misma esperanza de ser generosamente recompensados por los capataces y autoridades, y ahora eran apenas unos cuantos. Todos muertos. Todos regados por el fondo en distintos estados de putrefacción. Algunos aun con figura humana, otros convertidos en piltrafas engusanadas y deformes. No había manera de sepultarlos: la tierra que los cubriera terminaría removida para ampliar la fosa. Todos ellos, uno a uno, fueron cayendo inertes sobre la tierra, las piedras y la nada. Algunos en un esfuerzo extra, un palazo, lo que fuera, sufrían un infarto fulminante, su corazón agotado tras meses de extenuante labor no sólo se rendía: reventaba, se rompía, en un parpadeo se desplomaban muertos. A otros los venció la sed y el hambre. El sol cruel no perdonaba. Su peso era insoportable y en los mediodías no había dónde esconderse de él. Los jefes no habían dado casas de campaña, lonas ni nada con qué construir refugios. El único cobertizo eran las mismas paredes de la fosa cuando el sol se inclinaba en las mañanas y ya entrada la tarde, creando enromes sombras. Pero nada más.
Sin embargo, las muertes más patéticas habían venido ya muy avanzados los trabajos, pasados los meses, cuando decenas de hombres habían fallecido de las formas descritas. Fue cuando llegaron las enfermedades. Entonces ya no sólo se tenían hombres cansados y hambrientos: ahora eran hombres agónicos por males inidentificables, atroces por la ausencia de medicinas y la poquísima cantidad de agua y alimentos que diariamente proporcionaban los capataces en lo alto, agudizadas por la insalubridad. Sin más opción o esperanza que la pronta llegada de la muerte… al menos al principio.
Cuando se dieron cuanta que el primer brío de cualquier padecimiento era una automática sentencia de muerte, decidieron asesinar al sujeto en cuestión. Un golpe certero en el rostro con un pico mientras el enfermo dormía era suficiente. La sombra amenazante sobre el rostro del enfermo y nada más. No había grito. No había llanto. No había nada. En algunas ocasiones, cuando el dolor por la enfermedad no le permitía conciliar sueño al aquejado, sólo se recostaba y fingía estar dormido, aguardando el toque final de sus compañeros. Casi nadie se resistía a ese destino. Sabían que las agonías eran insoportables, que el calor pronunciaba las fiebres, que la suciedad e inmundicia agravaba las infecciones. Si la vida en la fosa estaba muy por debajo de la dignidad humana, la muerte lo estaba aún más.
Por todo eso, aquella última decena de hombres apenas podía creer cuando vieron el trabajo terminado: una enorme planicie cientos de metros bajo la tierra, construida con la sangre y el sudor de cientos de hombres, sin máquinas de ningún tipo, sin excavadoras hidráulicas ni algún otro equipo especializado, salvo las herramientas manuales.
Los hombres se pararon al centro de su obra y la observaron mientras el sol se animaba a salir del todo. Se abrazaron. Respiraron aliviados. Gritaron. Se felicitaron unos a los otros en medio de lágrimas y una casi olvidada alegría, aun con las montañas de cadáveres apilados en diferentes puntos del fondo. Por primera vez en todos los meses que llevaban recluidos en ese lugar, se sintieron felices.
Entonces aparecieron los capataces. Primero uno, luego el resto, decenas de ellos en la cima, justo a la orilla del precipicio. Los hombres los veían con dificultad, cegados por el sol de oriente Escucharon un sonido extraño: motores, sí; numerosos motores de vehículos que se aproximaban desde la lejanía. No tardaron en aparecer también en la cima. No menos de 50 tractocamiones. Todos alrededor del perímetro. Todos en reversa.
Los hombres miraron al líder de los capataces. El los miraba también. Silencioso. Inexpresivo. Llevaba un arma larga en su mano derecha apuntando al suelo. Con la mano libre hizo una señal y los camiones abrieron sus compartimientos liberando su carga. Los hombres hubieran querido verlo dibujar una sonrisa de maldad o de satisfacción, la mirada de un villano complacido por la fechoría que estaba a punto de realizar, la sonrisa del diablo, el rostro de Caín, lo que fuera: algo que le diera sentido a lo que estaba por suceder, pero no fue así. Su gesto permanecía estoico. Indiferente. Como quien no le interesa a ningún nivel lo que sucede a su alrededor. Autómata. Los compartimientos de los camiones se abrieron completamente. La descarga comenzó. De cada uno de las cajas comenzaron a caer cadáveres. Cientos. Todos estrellándose contra el fondo del abismo. Uno tras otro en una lluvia putrefacta de miembros humanos y sangre coagulada. Rápidamente el piso se cubrió de cuerpos mientras los trabajadores miraban incrédulos y entendían lo que habían construido durante meses de sufrimiento y abandono. Gritaban. Pedían auxilio. Insultaban a los capataces pero nadie los escuchaba. Los cuerpos hacían un ruido ensordecedor al estrellarse contra el piso primero y contra otros cadáveres después.
Los hombres veían cómo se retiraban los camiones cuando terminaban de vaciarse y los sustituían otros para continuar con el trabajo.
En tanto, los trabajadores se esforzaban por esquivar los cientos de cadáveres. Un golpe desde esa altura sería fatal. Lo supieron enseguida cuando uno de ellos fue golpeado. Cayó muerto y se perdió entre la alfombra de muerte, luego uno más y otro. Los que no morían en el impacto morían asfixiados al ser cubiertos por el mórbido maná.
El vaciado duró más de tres horas, durante las cuales los camiones no dejaron un solo minuto de liberar cuerpos en la fosa. Al final, sólo dos trabajadores habían logrado sobrevivir, el resto sucumbió a la lluvia muerta. Ahora la fosa tenía sólo 50 metros de profundidad. Los dos hombres miraban con odio y temor al líder de los capataces que parecía estar a punto para dar otra orden.
Trataron de pedir piedad pero la voz se negó a salir. El cansancio era demasiado intenso. La desesperanza demasiado profunda. Apenas atinaron a hacer un gesto al líder. El mediodía se había asentado y el sol golpeaba con toda su fuerza.
Una gota de sudor entró en el ojo del jefe. Estaba fastidiado tras la jornada. Con la misma mirada de desdén que tuvo al iniciar el llenado de la fosa tomó su pistola y disparó en certeras ocasiones contra los dos hombres. Ambos murieron al instante entre ecos de las detonaciones.
Fue entonces que el capataz hizo la señal que los dos trabajadores esperaban y temían sin saber: la que autorizaba a la maquinaria de construcción cubrir la fosa y sepultar todo lo acontecido. Los demás capataces obedecieron sin decir palabra. El líder observaba en silencio cómo todo iba cubriéndose de tierra y roca. El desdén en su mirada no desapareció jamás.


Antonio Argüello
13 de noviembre, 2005

viernes, noviembre 18, 2005

"Closer" o de nuevo esos días, carajo...



And so it is
Just like you said it would be
Life goes easy on me...
Most of the time...

La canción que aparece en itálicas es "The blower's daughter", de Damien Rice. Para quien no la ubique de inmediato es el tema principal de la película "Closer" de Mike Nichols. Sí, aquella donde salían Jude Law, Julia Roberts, Clive Owen y por supuesto, Natalie Portman. De hecho la imagen de arriba es de la escena final. Una de las dos ocasiones en que la banda sonora incluye esta canción. La otra es justo al principio. La escena es similar. Natalie caminando en medio de una muchedumbre, sólo que al inicio está en Londres, trae el pelo muy corto y teñido de rojo. Adempás, está iniciando un círculo que termina con la escena del final.

And so it is
The shorter story
No love, no glory
No hero in her sky

Si mal no recuerdo fue mi estimado Max Torres el primero en recomerdármela, hace ya un tiempo, cuando aun estaba en cine. Luego fue Daniela. Después mi madre dijo que no le gustó y lo tomé con el indicador definitivo de que debía estar buena.

I can't take my eyes off of you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes off of you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes...

Terminé rentándola. La vi recostado en mi cama tapado hasta la cintura, con un café en el buró y un cigarrillo en la mano (rara vez fumo en la recámara, por lo general lo hago sólo con muy selectas películas). Entonces apareció la primera escena: Natalie caminando, la música de fondo; el ambiente de soledad, de tristeza, una erótica melancolía sin forma que va tomando rostro y nombre conforme la historia avanza.

And so it is
Just like you said it should be
We'll both forget the breeze
Most of the times...
And so it is
The colder water
The blower's daughter
The pupil in denial

En realidad "Closer" me dejó muchas cosas, pero hubo una en particular en la que he pensado mucho: la ausencia, la pérdida total, las relaciones humanas como un ideal imposible por el egoismo, el hedonismo pero sobre todo, por la propia naturaleza humana. Sin embargo, el hecho de que todo suceda por naturaleza, por instinto, no lo hace más sencillo, más llevadero. No queda nada. No nos queda nada. Ni un rostro, ni un recuerdo, ni una imagen... ni un maldito nombre.

I can't take my eyes off of you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes off of you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes off you
I can't take my eyes...
En lo que pensaba era en la imagen de la musa. Con algunos lo he hablado alguna vez: una cosa es un amante y algo muy diferente una musa. No sé si se pueda ser ambas cosas a la vez, porque lo que hace musa a la musa es justo la lejanía, la distancia, esas oscuridades que llenamos de literatura, de pintura, de fotografía o lo que sea. Cuando se vuelve amante esos vacíos se llenan de la vida diaria, de lo cotidiano, de lo trivial. Entonces la literatura simplemente ya no cabe. Woody Allen lo exponía muy bien en "Celebrity". El personaje de Kenneth Branaght había escrito no sé cuántos libros es historias inspirado en el personaje de Winona Ryder, una hermosa chica con la que apenas había cruzado un par de palabras, hasta que finalmente se encuentran y comienzan una realación, sin saber que ese comienzo era en realidad un final: el final del arte, de la estétitca, del ideal, de todo. Muere la musa y se queda sólo la mujer.

Did I say that I loathe you?
Did I say that I want to
Leave it all behind?
Pero me estoy desviando. Creo que sólo quiero llevar a un punto: las musas no existen para ser poseídas, no son para darnos ni compartir nada, siquiera una mirada; las musasexisten para ser admiradas, para alimentar un par de cuentos y punto. Aunque no por ello deja de doler, lo sé.

I can't take my mind off of you
I can't take my mind off you
I can't take my mind off of you
I can't take my mind off you
I can't take my mind off you
I can't take my mind...
My mind...my mind...
'Til I find somebody new
Al final la relación con la musa será la distancia y la fantasía. Pero en la mayoría de los casos, más vale la musa que la mujer. No seamos cobardes, carajo; un poquito de dolor por unos ojos, una voz y unas delicadas manos no matan a nadie. ¡Salud!

viernes, noviembre 11, 2005

Karen


Saluden a Karen, mis niños. Digan "hola" como un acto de cortesía y de respeto. Su nombre es Karen, Karen Bach por favor. Francesa. Y hago notar que no digo "es francesa" porque en realidad no lo es. No es francesa, lo era. Así es. Karen murió a principios de este año. Destapó un frasco de pastillas como quien abre la última puerta. Así nada más. Una pastilla tras otra y punto. El 19 de enero cumplió 31 años. Nueve días después moría. Finito.
La imagen está tomada del preámbulo a una de las escenas más atroces de la atroz película Baise Moi, "Viólame" se llamó en México. Karen era la protagonista. Su única película no-pornográfica, al menos no filosóficamente. Sí, es cierto. La película tiene escenas de sexo explícito: penetraciones, primeros planos de vaginas y penes encontrándose en el deso y en el odio.
Para ilustrar: exactamente a los nueve minutos y medio de iniciada la película vemos una violación con penetración en lo que Sade llamaría "el himeneo". Dos minutos después vemos una más, pero ahora por donde la misma terminología sadista describiría como "el templo de Sodoma". Raffaela Anderson, la otra protagonista, era la mujer sodomizada.
La escena posterior a la violación es un encuentro sexual entre un patético calvo francés con la prostituta drogadicta Nadine, el personaje de Karen: Felación, sodomización, penetración por la vagina, pero (obviamente) sin besos en la boca.
Definitivamente no es para estómagos delicados. Más que por el sexo, por la terrible violencia.
La historia es una especie de road movie donde Nadine (Bach) y Manu (Anderson) recorren todo Francia asesinando gente, hombres principalmente. Una venganza contra el mundo y el género masculino. "Matamos cabrones que usan condón", gritan en una escena. Al final ambas se sucidarían, ese era el plan, aunque el destino querría otra cosa. Eso es lo más patético en la película: el único final feliz posible es el suicidio de las protagonistas que finalmente no sucede.
Compré el DVD hace unas semanas, un par de días después de leer sobre la muerte de Karen. Quizá la compré como un gesto melancólico, solidario y empático hacia una mujer que no fue nada. Karen es entre otras cosas el arquetipo de la trágica actriz porno: un marido endeudado hasta la muerte en su juventud que la convence de filmar películas triple X, ella accede y aunque termina divorciándose del sujeto, continúa su carrera frente a las cámaras y los penes para suicidarse tras una vida vacía.
"Una vez que has rodado tu escena, ya no vales nada", dijo una vez sobre el cine porno del que vivió casi una década.
No puedo obviar el paralelismo. La tragedia de Nadine en la película es no poder consumar el suicidio y su interprete lo consuma en la vida real. Un salto fuera de la pantalla.
El personaje Manu explica después de haber sido violada por qué permitió la vejación y por qué mantuvo un gesto estóico mientras ésta duró: "es como cuando tienes un buen auto y crees que te lo van a robar, no dejas nada de valor dentro". El renunciamiento. El absurdo.
Imagino que Karen olvidó sacar las cosas de valor mientras hacía pornografía. Olvidó guardarlo en una maleta y recuperarlo después. El precipicio. Todo hacia abajo.
No hace falta decir que tengo una especial simpatía por la gente que deja ir su vida hasta lo más hondo. Los que no sólo tocan fondo, sino que una vez en él comienzan a escarbar para ver qué hay más abajo. Una vez escribí: "El éxito es para cobardes. El hoyo, la muerte en vida, el fracaso absoluto requieren una valentía que no tiene nada que ver con buenas costumbres o personas". En ese sentido, Karen me es totalmente simpática. Al final no tuvo nada. Al final no fue nada. No fue la actriz seria como hubiera querido, no fue socialmente respetada, no fue distinguida. Desde cierto punto de vista (que no comparto) no fue digna. Al completar la resta, Karen fue simplemente humana, fue una persona y nada más. Sólo por eso merece todo el respeto. Quizá no el honor, pero sí el respeto y la dignidad.
Si Karen se mató es porque aun quedaba algo de valor dentro de ella. Algo tenía sentido. Una causa guardaba dentro de sí que afirmó mediante la muerte.
Quien sabe, tal vez en Karen también el suicidio fue un final feliz, y si no, al menos un final digno.

jueves, noviembre 10, 2005

Esos días, carajo...

...You're beautiful. You're beautiful.
You're beautiful, it's true.

There must be an angel with a smile on her face,
When she thought up that I should be with you.
But it's time to face the truth,
I will never be with you.

James Blunt

lunes, noviembre 07, 2005

Viernes 3:00 am


Después de que la mañana de hoy lunes estuve al borde del vómito al intentar engullir un trozo de pastel de cumpleaños (tres leches con fresas), he decidido declarar oficialmente clausurados los festejos vinculados con mi aniversario número 26. Por ello, lo dejo regodearse con la crónica visual de este viernes cuatro de noviembre y la madrugada del sábado cinco. Aclaro que este dossier sólo incluye las imágenes del Antrópolis, pues la segunda escala en ese tour etílico de perdición fue vetada por algunos de los participantes que perdieron el estilo pasadas las tres de la madrugada, afortunadamente yo no perdí la cámara para entonces.
En fin, termino esta breve introducción con la canción de Serú Giran que titula este post, "Viernes 3:00 am":

"El sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa;
cambiando lo amargo por miel vi la ciudad borrosa.
Te hace bien tanto como te hace mal,
te hace odiar tanto como querer y mas".

"Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas;
cambiaste de sexo y de Dios,
de color y de fronteras".

Gracias a los que fueron, y a los que no (Silva, Ximena, Fabián, Luis, Garduño, José Carlos y quien se me olvide), no tienen idea de lo que se perdieron.

Rásquele al Pictionary!!

Move it, bitch!
Move it, bitch!
Touch it! Touch it!!!!
Dos versiones de Reservoir Dogs.



Sin palabras.

Con Bitches del Rito Antiguo y Aceptado

Bitch de intercambio cultural instalada como oscuro objeto del deseo.

Bitches del Rito Progresista Renovador (con su líder al centro).

"Nothin' but a fuckin beer, ése..."

viernes, noviembre 04, 2005

Caperucita Feroz


"Take your pants off, mother fucker, and give me my virginity back"

jueves, noviembre 03, 2005

"A mis 26..."


Este post va a ser largo, lo advierto de antemano; será largo e impúdicamente subjetivo ("ah, cabrón", dirán ustedes, "¿más?").

Mmmmmh... Año con año sucede lo mismo: las manecillas del reloj a punto de unirse la noche del dos de noviembre. La más pequeña acariciendo ya el número doce mientras el minutero se aproxima con toda parsimonia. La muerte del día de muertos acercándose lentamente. Quizá por ello más que ver mi cumpleaños como un mal augurio por ser un día después al día de muertos, lo veo más bien como una broma divina en mi nacimiento: la muerte de la muerte, el fin del fin. En fin. Finalmente llega el momento y en mi psiqué suenan las doce campanadas anunciando que oficialmente he abandonado los emblemáticos 25, el cuarto de siglo ha quedado atrás y nos encontramos a cuatro años de los 30. Valiente cosa.
Alguna vez discutía con una chica que si bien nunca fue mi amiga en su momento le guardé cierta estima. Yolanda era su nombre, una cara de ángel opacada por su radical devoción a los Testigos de Jehová (como si hubiera otro tipo de devoción entre ellos). Yolanda no celebraba su cumpleaños, entra tantas otras cosas, claro. Pero particularmente me llamaba la atención ese punto. Ella decía que no había nada que festejar en un año más parados sobre este mundo. Que era absurdo y que ofendía a Dios. Carajo. No intenté discutirle (hay con quienes no se puede dialogar) pero me quedé pensando en ello.
¿Hay algo que festejar en 12 meses más generando combustión a través de esa serie de tejidos llamada aparato respiratorio? ¿Hay algo que celebrar en 365 días vividos a pesar de que en mi opinión la vida no tiene sentido en sí misma?
Lo pensé en su momento (eso fue hará unos cuatro o cinco años), lo pensé mucho y llegué a una conclusión: no tengo un motivo más fuerte para celebrar que mi propia vida, mi propia existencia, al menos en lo relativo a mí mismo. El solo hecho de haber soportado vivo durante un año más es motivo de festejo y un día de autocomplacencia, mucho más si fue un buen año.
También por ello no necesito de felicitaciones (sí, eso es para todos ustedes, bola de culeros, que no me hablaron), finalmente el gusto es mío y sólo mío. Ostentar 26 años es ostentar 26 medallas. La vida es una carrera de resistencia.
Y bueno, una vez que terminó de sonar la última campanada en mi interior, llegué a la misma concusión a la que llego año con año: el mundo se ve igual de pinche con un año más, jaja.
Yo sé que para la mayoría de ustedes no hay ninguna novedad en cumplir 26 años (todos ustedes tienen más, jajaja), pero creo que nunca sobra reflexionar un poco sobre las implicaciones de seguir avanzando en esta carrera.
Pero bueno, fuera de todo el rollo anterior, quisiera enunmerar el resto de mis apreciacoines alrededor de los 26 años. Quizá era más cabalístico hacerlo a los 25, pero supongo que me atrae más lo arbitrario y absurdo del número 26.
Rásquele, viejillo de porra...
  • Como ya lo dije más arriba, el mundo se ve igual o más pinche.
  • Es mentira que el líbido sea propio de la adolescencia: ya son 10 años de mis 16 y todo sigue igual.
  • También es mentira que la pornografía, la violencia y todas sus variaciones sean propias de adolescentes calenturientos. Lo dicho: ya son 10 años de mi 16.
  • A los 20 veía los 25 como la última frontera, esa que después de ser cruzada nos dejaba en un páramo de adultez, solemnidad, aburrimiento, trajes baratos y corbatas de Liberpool. Nunca me dio tanto gusto estar equivocado.
  • Señoritas, tienen toda la razón, los hombres somos una mierda.
  • Los tables y cabarets no sólo no dañan a las familias, todo lo contrario, las benefician pues son liberadores de estrés y desesos insatisfechos que influyen directamente en una reducción de la violencia familiar.
  • La posición del misionero es para principiantes y novatos.
  • Las teorías freudianas son una mamada: resulta que todos tenemos una grave neurosis por un Edipo no resuelto y una relación insana con nuestro progenitor del sexo opuesto, y tenemos que pagarle entre 100 y 700 pesos a un cabrón por sesión para que nos lo diga. Al carajo.
  • Diría el buen Sabina: "es mentira que sepan a vinagre los besos sin amor".
  • Creo firmemente que no hay mejor causa que una causa perdida.
  • Alguien me dijo una vez hace 10 años que en cuanto saliera de la universidad y entrara a trabajar me dejaría de pendejadas de escribir y hacerle al rebelde, y ya ven: 10 años, un matrimonio y dos hijos después sigo con pendejadas.
  • A tres años de haberla empezado, mi novela va por las 190 cuartillas... y lo que le falta todavía.
  • Mi tira favorita de Mafalda sigue siendo aquella de los dos ejecutivos platicando "eso de cambiar el mundo, yo también creía en eso" y Mafalda gritando después, "¡hay que cambiar el mundo antes de que el mundo nos cambie a nosotros!".
  • Este año he hecho nuevos amigos, nuevos enemigos y he conocido a nuevos indiferentes, con los tres me divierto igual, aunque en distinto modo.
  • Además, en este mismo año he conservado amistades que he tenido a lo largo de muchos años, algunas de ellas desde mis 12 o 13 años de edad. Eso ya es para celebrarse.
  • Sigo creyendo que uno crece, no madura; para el que madura el siguente paso es pudrirse.
  • Contrario a lo que pudiera parecer, no me asusta acercame a los 30. Siempre tengo presente aquella cita de David Bowie: "lo bueno de tener 30 es que las grandes se ven menos grandes y la chicas se ven más chicas". Además de que como diría mi compadre, tener la edad de Jesucristo implica que puedes repetir aquella frase de "dejad que las niñas se acerquen a mí".
  • Sigo sintiendo que mi cuerpo me queda chico, que me quiero salir de él y que la realidad nunca es suficiente.
  • Por ahí de los 24 uno comienza a intuir lo que confirma poco después: cuando somos adolescentes nuestras iguales en edad nos atraen físicamente no por ser nuestras iguales, sino por ser adolescentes.
  • ¿Satisfecho yo? ¿Quien dice?
  • Las relaciones humanas fueron, son y serán siempre el gran misterio de este planeta.
  • Cuando tenía 16 años el entonces novio de mi hermana dijo que me arrepentería de estudiar periodismo porque me moriría de hambre y que por ello él estudiaba publicidad, tenía razón en algunos puntos: Sí, es para morirse de hambre. Sin embargo, mis alegatos serían dos: uno, no me arrepiento; dos, él ahora atiende un taller porque como publicista se moría de hambre.
  • En mi vida ni están todos los que son ni son todos los que están, pero así es esto.
  • Después de una década de algunas de las broncas más pesadas que tuve con mis padres, hoy les puedo decir aquella frase de "La chispa adecuada" de lo Hérores del Silencio: "Ya somos más viejos y sinceros, ¿y qué más da?".
  • Sí, soy un pinche amargado de mierda y no saben cuánta satisfacción y diversión me da saberlo, reconocerlo y aplicarlo.
  • No. Por más que lo pienso no encuentro nada de lo que me pueda arrepentir irremediablemente.

Hasta ahí lo dejo, podría escribir 300 más y no terminaría. Al menos dejo algunas puntualizaciones. Gracias a todos por estar y por no estar también. Y por favor, que nadie me pregunte si soy feliz porque le responderé con una palabra muy pero muy obscena.

Gratzie.