La siguiente crónica fue el primer texto de mi autoría que vi publicado en un medio impreso. Vaya, ya había publicado algunas cosas en pequeñas revistas literarias de la Facultad y medios igual o más irrelevantes, pero digamos que esta crónica (que por cierto nadie me pagó) me significó la primera página completa Milenio totalmente mía, de arriba a abajo, hasta la foto era mía (que por cierto no encontré para ilustrar ahora). Meses después, mi antigua jefa en el portal de internet del mismo Milenio me pidió el texto para publicarlo nuevamente, entonces sólo en la efímera página web dedicada a asuntos literarios y artísticos (Remember those days, Pato?) pues el material de arranque era bastante escaso. En fin, nada de esto importa. En realidad el significado de que publique esto casi seis años después de haberlo escrito es simbólico y está fuera de las letras, una manera de representar la vida cíclica. Whatever, fue divertido porque todo mundo cuestionó mi honestidad en los últimos dos párrafos... Detalles, detalles... Salutes.Una bella de La Habana oscura
Por Antonio Argüello
La lluvia que caía en la tarde daba a La Habana Libre un ambiente aún más húmedo que de costumbre. Los tejados de las casas y los edificios escurrían aun esporádicas gotas en el de por sí mojado pavimento.
Cuatro mesas estaban ocupadas en el restaurante. Aparentemente eran un par de europeos y los otros tenían pinta de latinoamericanos, panameños tal vez.
Una TuKola sudaba sobre la mesa junto a un cigarrillo “Monterrey” sin filtro y de tabaco negro. La mesera, una mulata de no más de 40 años, tomó el pedido de una pizza de jamón y queso que, aunque definitivamente rompía con la tradición cubana del pescado y los mariscos, no comparaba sus tres dólares de costo con los 20 que resultaba comer en los paladares la comida típica de Cuba, aunque esos 20 seguían resultando baratos en términos relativos, sobre todo considerando que una comida de menor calidad se obtendría al triple de precio en los lugares “chick” de Habana.
Era una noche fresca. El viento marítimo se dejaba sentir desde el malecón, como a 300 metros de distancia, el aire fresco se colaba por debajo de la lona a rayas verdes, rojas y blancas que protegía a las 10 mesas y a la barra, dejando descubierta una banqueta de dos metros de largo que conectaba con dos puertas: La de la izquierda hacia el lobby del hotel Vedado y la de la derecha a la calle.
Eran las 11:30 de la noche cuando Yaneth entró por la puerta de la calle. Venía acompañada de una mestiza de cabello teñido de rubio, ligeramente robusta y con un gran busto que se alcanzaba a asomar por el pronunciado escote que además dejaba mostrar un sostén color café. No podía evitar cierto aire vulgar.
Yaneth era distinta. Su cabello era corto y crespo, recogido por cinco diminutas pinzas. Su vestido era rosado y entallado, transparentándose unos calzones que le cubrían la mitad de cada nalga y un brassiere delgado. Era toda una habanera. Su piel estaba en un punto medio entre morena y aperlada. Los ojos color miel denotaban juventud y una paradójica inocencia. Sus manos no eran suaves, tenían una aspereza que cualquiera ubicaría en cualquier edad, pero no en los 19 años.
Era bella. Definitivamente era bella.
Delgada con su cintura y caderas perfectamente delineadas y dos piernas fuertes sin depilar, en las que los vellos dorados y extremadamente delgados pasaban totalmente inadvertidos aun para los más perceptivos ojos.
Se sentó en la barra y comenzó a conversar con el barman, un cubano de cabellos castaños y ojos azules. Se tenían confianza. Reían y bromeaban entre frase y frase. Ella le pidió fuego y encendió un cigarrillo “Popular” con filtro. Cruzó la pierna. Fijó la mirada:
“Estoy buscando quién me invite un trago”.
Miraba directo a los ojos. No desviaba su mirar del objetivo ni un solo instante. El buscado trago no tardó en aparecer: Un “Cuba Libre” (Ron y refresco de cola) junto a la cerveza Cristal que vino a sustituir a la “TuKola”. Era franca. Directa. Sabía a lo que iba y lo que buscaba esa noche en ese bar.
-Yo trabajo dando vueltas.
-¿Vueltas? ¿Qué tipo de vueltas?
-Vamos, tú sabes de lo que hablo. ¿Qué te imaginas?
-Soy mal pensado. Hay de vueltas a vueltas.
-Dime cuáles son.
-Existen las vueltas a lugares y las revolcadas en la cama.
-Las segundas...
No lo hacía a diario. Dos veces a la semana en ese mismo bar de ese mismo hotel bastaban para alimentarse ella y alimentar a su abuela, con quien vivía.
“Mi abuela no sabe a lo que me dedico; cuando salgo a trabajar lo digo que voy a dar una vuelta con unas amigas. No le quiero dar ese disgusto. No le quiero dar ese dolor”.
La abuela de Yaneth está enferma. Visita muy seguido el hospital de la Habana, que es gratuito, pero las medicinas, aunque en teoría también son gratuitas, generalmente tienen que pagarse debido a que ante la falta de abastecimiento en las farmacias públicas, los cubanos tienen que comprarlas en tiendas de divisas.
“Los 40 dólares que gané ayer lo gasté completitos en carne y en medicinas. A mi abuela le sacaron un litro de sangre y tiene que comer carne. Yo no se la toco. Ayer comí un trozo de pan y un refresco, ésa fue mi comida”.
Llegó la antitradicionalista pizza. Ella no pudo evitar acceder a tomar un trozo cuando se le ofrece. Ella y su abuela tenían todo ese lunes sin comer, y ese trozo de harina con queso y jamón era su primer y probablemente único alimento del día.
“Me es muy difícil. En mi casa hay días en que no hay qué comer y tengo que salir a ganar dinero”.
El gobierno cubano da comida a los habitantes, sin embargo, ésta se limita a un trozo de pan diario y una vez al mes medio kilo de carne de cualquier tipo por persona. Los sueldos comunes oscilan entre los siete y los diez dólares mensuales. Sumando la pizza y los dos “Cuba Libres” que ella había consumido, daba un total de 5.50 dólares.
Encendió un cuarto cigarrillo cerrando sus ojos y mirando a un costado. Al abrirlos vuelve a fijar la mirada y sentencia:
“Cobro entre 30 y 50 dólares, según el tipo”.
Sin embargo lo que se busca no es un “servicio a la habitación”, o más bien un “sexoservicio a la habitación”, sino simplemente fotografiarla.
Un punto más, la administración del hotel, que en ese momento se limitaba a tres guardias y un recepcionista, también tomó cartas en el asunto:
-Sólo quiero subir 15 o 20 minutos con una chica para tomarle unas fotos.
-Pues si sólo son 15 o 20 minutos te conviene más quedarte con ella y “darle”; mejor diviértete, chico, porque de cualquier manera yo te voy a cobrar 20 dólares por dejarte subirla.
-¿Veinte? Sólo voy a subirla un rato.
-No se puede, pero yo te puedo ayudar.
-Vamos, hermano, déjalo en 10.
-¿Y luego qué nos repartimos nosotros cuatro? Esto no es del hotel. Esto es entre tú y yo.
Se optó por el malecón.
En los hoteles no sólo cobran por subir una jinetera a la habitación. Los mismos guardias ofrecen chicas a los turistas que llegan a hospedarse. Sin embargo no es la única opción para aquel que guste de pasar una o más noches con una cubana.
Un “chulo” de nombre Silvio ofrecía en la calle mujeres de entre 16 y 21 años de edad, aunque, dijo, “si le buscamos, podemos encontrar menores...”.
En la ciudad ofrecen casas particulares en 15 dólares la noche. En ellas el cliente lleva a la chica y recibe el servicio. Se quedan la noche entera solos y por la mañana se van. Algunas de estas casas están legalizadas y son opciones económicas para quien no quiera pagar los 20 dólares en un hotel normal o un motel.
Obviamente el “chulo” recibe una comisión.
Precisamente por eso, Yaneth opta por trabajar sola en la calle.
“No voy a darle mi dinero a nadie. No hago esto por gusto sino por necesidad. Prefiero andar sola”.
Aunque en realidad no anda sola. Dos mulatas “colegas” la acompañan y apoyan en sus necesidades.
“Ellas me ayudan. Saben cuál es mi situación. A veces, cuando no vengo a trabajar por dos semanas porque voy al hospital con mi abuela, ellas van a mi casa y cocinan y me llevan comida”.
Ella está sentada sobre el muro del malecón viendo el mar. La noche ya ha caído y la gente que anda por la orilla del mar es poca. La Habana se pinta de oscuridad. La cámara capta a Yaneth mirando hacia el Golfo, hacia La Habana. Viendo la lente.
“Soy feliz en La Habana. Amo Cuba porque es preciosa, pero eso no quita que sea difícil vivir aquí. Quisiera ir a México. Tengo una prima en Tlaxcala... quisiera ira para allá...”.
No puede evitar un gesto triste cuando habla de su vida antes de iniciarse en la “vida galante”:
“Terminé con mi novio antes de entrar en esto. Ahora que sabe a qué me dedico no me habla, ni siquiera como amiga... Quiero trabajar. Quiero que me den trabajo en turismo. Quiero dejar esta vida”.
Baja del muro y cobra su parte. Quedamos para otra sesión de fotos que nunca se realizaría.
Antes de irse sólo queda una interrogante por responder:
-¿Y eres buena para hacer el amor?
-Hasta ahora todos han dicho que soy buena.
Lanzó una sonrisa coqueta.
Tomó un taxi y se fue.