Eternity
Algo me llamó anoche para que pasadas las dos de la mañana bajara a escrbir la mayor parte de este cuento, que ahora al filo del medio día vengo a terminar. Fueros las primeras dos o tres líneas que me daban vueltas en la cabeza y derivó en un ejercicio de diálogo aderezado con cierta temática de película de Woody Allen. Los dejo con ella. Salutes.
Eternity
“Quisiera que este momento durara por siempre”, así comenzaba tu historia, ¿recuerdas? “Quisiera que este momento durara por siempre para por siempre vibrar en el diapasón de este momento”. Leía en voz alta. Lo recitaba con dulzura para ti. Las palabras manaban de mi boca con la suavidad del agua dulce y fresca brotando de una fuente silvestre, pronunciando cada fonema con el cariño y la cautela con que se sostiene en brazos a un niño pequeño, frágil y vulnerable.
“Quisiera que este momento durara por siempre”, repetí una vez más, y al hacerlo sentía que cada vocablo pronunciado era una fina caricia, un sutil roce con las puntas de mis dedos en la zona más sensible de tu cuello, la susceptibilidad más plena al contacto de tu piel, tu piel de palabras y versos que me rogaba seguir leyendo porque también sabías que tus palabras en mi voz eran igual a mi lengua en tu garganta.
Tú me escuchabas desnuda y sonriendo tumbada boca abajo, recostada sobre la cama con las piernas flexionadas moviéndose casi con vida propia, cargadas de emoción e impaciencia, como una niña aguardando el gesto aprobatorio para el dibujo que esmeradamente trazó, una extensión de sí misma plasmada en el papel.
Yo, también desnudo, caminaba por la habitación de tu departamento sosteniendo el papel en mi mano izquierda mientras un cigarrillo se consumía entre el índice y medio de mi derecha, la compostura que –como bien observaste alguna vez –asumo cada que pretendo analizar cualquier cosa.
“…El diapasón de este momento…”.
Una involuntaria sonrisa escapó de mi rostro, la oveja de un rebaño que no se dejó sobrellevar. “Este momento…”. Sí… El momento y el para siempre, pensé mientras me llevaba el cigarrillo a la boca. -¿Por qué? –De nuevo las preguntas, las malditas preguntas.
Algo brincó en mi mente con ese primer párrafo, una especie de diminuto punto negro cuya presencia sobre una impecable alfombra blanca hacía imposible que pasara inadvertido: ¿Por qué? ¿Por qué esas referencias contradictorias a la sublime eternidad y al terrenal momento? ¿Por qué empezar el cuento con el deseo de un “para siempre” cuando de antemano lo dabas por muerto al referirte a “este momento”? ¿Por qué maquillar un engaño? ¿Por qué disfrazarlo de falso deseo aplastado por una aceptación de la fatalidad? ¿Entonces ese “para siempre” no es real? ¿Estás anulando una declaratoria con una salida más o menos elaborada para no tener que pedir disculpas por traicionar ese deseo? ¿Es que en realidad ese “quisiera” es una palabra meramente decorativa, un hueco concedido al romanticismo de ornato que le permite acicalar la frase (y por ende el sentimiento) pero le quita toda posibilidad de voz y voto en la decisión final? ¿Es ese supuesto amor de tu personaje un niño muerto antes de nacer?
Pero seamos honestos, esas preguntas no tendrían ninguna trascendencia si no me hubieras dado el cuento a leer a mí, precisamente a mí. ¿Por qué me diste tu cuento a leer? ¿Por qué a mí primero y no a alguien más? Nunca te ha faltado opinión ni edición de tus amigos escritores y editores, ¿qué más daba mi opinión?
Me dijiste que ignorara el hecho y continuara la lectura (“No seas paranoico”), pero había algo en esa primera línea que brillaba con luz propia y me desviaba del resto del texto.
-No le pongas atención –insististe. –Es ficción, sabes que no se trata de nadie en particular, tú también eres escritor, sabes lo que es eso.
“Sí… Y porque soy escritor soy también cazafantasmas”, hubiera querido decir, pero preferí callar.
“Agazapada en el fondo de tu ser –intenté continuar con la lectura -, casi puedo sentir el aleteo de tu alas blancas y emplumadas, ángel mío, y el filo de tu espada protegiéndome del mundo, protegiéndome de todo, protegiéndome de mi; aunque en el fondo de mi alma oscura sé que hay algo de lo que no me puedes proteger: del jamás”.
Algo había, estaba seguro. Algo se escondía entre tus letras y no había que intuir demasiado de qué se podía tratar.
-Por favor, dear –esa costumbre tuya de utilizar el inglés para las frases de cariño como si cualquier cosa -¿A qué quieres llegar? ¿A que estoy tratando de decirte algo con el cuento?
-No lo sé… Sé que estoy exagerado, pero es como si hubiera un duende metido en esas palabras y me jalara los cabello cada que las leo y las vuelvo a leer.
Reíste. -¿Pero por qué?
-No lo sé… Es muy evidente que te esmeraste por construir la primera frase, te imagino tachando y tachando una y otra vez hasta quedar totalmente satisfecha. Te veo fumando cigarro tras cigarro frente a la computadora o frente a tu libreta de notas redactando la frase con todas las variaciones imaginables de pronombres y conjugaciones que pudieran aplicarse a la historia, a construir ese impúdico paroxismo con que inicias, todo para llegar a esa elaborada variación de “lo siento mucho, pero esta fue la última vez que cogimos”.
No terminé de hablar cuando te sentaste en la cama y cubriste tu desnudez con la sábana. -¿Eso es lo que entendiste de la frase? ¿Hasta ahí diste?
-No es que eso haya entendido –me daba cuenta de una naciente incomodidad entre nosotros -, esa es la impresión que me da, una disculpa por adelantado, un juego moralistoide que más me recuerda a las niñas de secundaria buscando excusas para darle decirles a sus novios que siempre no.
-¿Qué problema tienes en conjugar el presente inmediato y el para siempre?
-El problema no ese, el punto es que antepones una cosa con la otra, nulificas todo, no llegas a convertirlos en un solo elemento, sólo es un quebrado que al reducirlo a su mínima expresión queda en un llano “jamás”.
-Creo que esa obsesión tuya por el lenguaje te está llevando a extremos que no puedes controlar –dijiste encendiendo un cigarrillo.
-Y creo que tu concepto de “para siempre” tiene la estrechez de un momento.
Tardaste un breve instante en contestar. -No es estrechez, es aceptar la realidad de que el momento no durará por siempre, es reconocer la limitante del tiempo, que el placer no dura, que todo es pasajero, hasta el concepto de lo sublime y lo etéreo lo son.
-Perfecto –aduje sarcástico -, entonces nos vamos entendiendo. De antemano el “para siempre” nació muerto y el “quisiera” es más una plegaria estéril que un auténtico deseo.
-Carajo, contigo no se puede razonar.
-Sabes que como editor soy un hijo de puta.
-¿Sólo como editor?
-¿Qué te puedo decir? Algo hay ahí escondido que me habla lo frívolas que son las relaciones, de toda la superficialidad implícita. Y que conste que digo “las relaciones” y no “nuestra relación” (no es que me esté curando en salud). Por más emotividad que decore tus palabras, aun con todo ese frenesí de la eternidad y los momentos, cualquier cosa que digas no le restará un gramo de banalidad a cualquier relación entre dos seres humanos. No hay eternidad que supere el instante. No hay más infinito que el microcosmos.
-¿Pero entonces a qué quieres llegar? –y al decir esto la ceniza de tu cigarrillo cayó irremediablemente sobre tus sábanas -¿A que el amor realmente no existe?
-No exactamente, quiero decir que no entendemos hasta qué punto somos incapaces de pensar en términos abstractos, de lo inútiles que somos cuando nos quitan los tornillos, los maderos y el martillo. No tenemos la más mínima perspectiva de tiempos, espacios, emociones, sensibilices y opciones del destino. En realidad el “para siempre” de los enamorados no es otra cosa que la repetición infinita de un instante placentero, sin tomar en cuenta a los momentos sucesivos a él ni el hartazgo que esa repetición pudiera crear eventualmente.
Guardaste silencio unos segundos mientras masticabas lo que acababa de decir, todo derivado de la primera línea de tu cuento.
-No lo sé… creo que si quitas toda la exacerbación, todo el ímpetu, aun podría haber la posibilidad de un “para siempre”, y además, te recuerdo que de antemano aclaré que la limitante del tiempo y la imposibilidad de esa repetición que tú dices estaban ahí.
-Claro que lo están, por eso empezamos con esta discusión: uno desea el “para siempre” como quien desea salir nadando de una isla en medio del océano. Ese deseo de repetir eternamente un instante no es otra cosa que la intuición de que no hay más eternidad que ese momento, porque el futuro y los compromisos, y el matrimonio, la monotonía, hemorroides, ulceras gástricas y etcétera.
-Noto cierto pánico a la vejez.
-Le temo más a la vejez que a la muerte, querida.
Reíste con esa risa que tanto amo de ti. –No lo dudo, serías un viejo en verdad detestable, ningún Chartlon Heston.
-Lo sé… Ni Sean Connery…
-¿Sabes? Creo que eso es todo lo que te pasa, tienes miedo del futuro. Tienes miedo de un día ser un viejo decrépito que dé más risa que deseo.
-Afortunadamente entonces tampoco habría un para siempre. Además, no planeo llegar a viejo, con unos 40 o 45 me daría por bien servido. No me gustan las carreteras de bajada.
-Ya se… ahí es donde empieza el “could be…”.
-Por Dios… -refunfuñé sentándome frente a ti. -¿Qué tienes con el inglés? Cada quien su lengua, ¿no?
Volviste a reír, ahora mientras te lanzabas hacia mí para abrazarme. -¿Ves lo que te digo? Serás un viejo asqueroso y amargado.
-En ese sentido, querida, sólo me falta lo viejo.
-Pues no lo sé, pero nada de lo que me digas hará que cambie esa línea del cuento.
-Bien por ti. Finalmente lo más parecido que tenemos a un verdadero “para siempre” es la necedad.
-Así sea…
Casi sin pensar aventé las hojas al piso y acerqué mi rostro al tuyo. De nuevo descubrí tu cuerpo desnudo y sumí mi rostro entre tus senos.
-Sabes que te amo ¿cierto? –murmuraste en mi oído para después besarlo y meter tu delgada lengua en él. –Te amaré por siempre.
Sonreí y cerré los ojos, cobijado por tu cuerpo y besando con dulzura uno de tus rubios pezones.
La alarma de tu reloj timbró al poco tiempo.
Antonio Argüello
18 de abril de 2006
3 Comments:
Muy bien logrado. Me encanta el tema del para siempre.
contradictorio, quisiera y para siempre... pocha como yo jeje
Gracias, Sylvia, ya ves.... hay obsesiones que todos compartimos, la eternidad, la manera de abordar un "para siempre" que no tenemos manera siquiera de construir en abstracto.
Dominguez, simple coincidencia.
Publicar un comentario
<< Home