lunes, octubre 31, 2005

Mi miedo


Nunca he sido particularmente supersticioso. Puedo caminar con toda tranquilidad bajo una escalera y si un gato negro se atraviesa en mi camino me es indiferente, incluso podría acercarme a acariciarle el lomo como hago con todos los gatos. No me provocan nada los viernes 13 y no me da miedo romper un espejo con todo y sus supuestos siete años de mala suerte. Nada de eso me da miedo, ni siquiera de niño les tuve demasiado respeto a todo ello.
Por eso el Halloween me exactamente lo mismo. Que si es una noche cargada de energía endemoniada, que si el aire se respira diferente, que si esto y aquello. Esos mitos y supersiticiones nunca me han provocado nada, ni miedo, ni ansia, ni nervios, ni siquiera risa.
Digo todo esto porque el hecho de que ciertas cosas creadas o diseñadas especialmente para provocar tempos no me provoquen nada, de ninguna manera implica que no sienta miedo a nada. Simplemente no es a ello.
Creo que hay miedos infantiles que en el fondo nunca superamos, simplemente aprendemos a administrarlos y ocultarlos: la oscuridad, la soledad, los pasillos largos y silenciosos, la noche, no lo sé. No incluyo el miedo a perder a seres queridos porque es otro asunto. Me refiero al miedo que parte de nosotros, irracional, ilógico.
Supongo que los fantasmas son simplemente el rostro que le ponemos a nuestro miedo, aunque no puedo estar seguro.
He pensado mucho en esto último, no tanto en si existen o no los fantasmas o si hay una razón real para el miedo irracional. Más bien he pensado en qué sería mejor, que existieran o no existieran. Si es mejor darle la razón a los escépticos o a los crédulos.
Muchas veces me siento a ver el mundo en alguna banca de plaza, en algún balcón, en lo que sea y me pregunto "¿esto es... todo?". Eso me lleva obviamente a más preguntas: ¿El mundo es lo que vemos? ¿La realidad es la que vemos? ¿Todo queda ahí?
Cuando era niño creía en fantasmas. Creía en duendes, en demonios, muchas cosas, y justo eso es lo que hacía el mundo más habitable, la idea de que algo más que nosotros habitaba en este lugar, que había algo más que un montón de elementos de la tabla periódica. Algo más que reacciones químicas y leyes físicas. Algo más, punto.
Me gusta pensar en ello. Que mi miedo no es absurdo, que no es irracional. Que detrás de esa sequedad en mi boca cuando miro un pasillo oscuro, por un bosque nocturno, por una plaza solitaria a media noche, hay una razón más allá de la física y la química, que mi instinto a un nivel subconsciente alcanza a percibir y lo convierte en miedo.
Algo debe de haber, tengo una enorme necesidad de que haya algo más. Aunque quien sabe, finalmente si la vida no tiene sentido, ¿por qué el miedo había de tenerlo? No tengo respuesta.

1 Comments:

Blogger Tramontana said...

Me encantan los pasillos oscuros y las plazas solitarias (siempre y cuando no sean en el DF). Y tal vez me gustan más cuando percibo algo que no alcanzo a ver.

7:47 a.m.  

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