miércoles, septiembre 21, 2005

Los libros y las pérdidas


Perder un libro es como perder un hijo, sobre todo cuando se trata de un libro que ha significado algo al momento de leerlo. Hay algo en esa pérdida, en ese vacío, como un pequeño e insignificante dolor que no se ve pero siempre está ahí.
Hará poco más de un año perdí una edición de Alfaguara de "Rayuela", de Cortázar (sí, sigo con Julio). Había tenido ese libro por casi una década. Lo compré en un Vips por un impulso estúpido en 250 pesos al salir del café, tendría a lo más 16 años. Algo me llamó la atención de él aunque no lo comprendía. Lo leí durante todo el verano entre la prepa y la entrada a la facultad. En ese entonces tardé más de dos meses en fumármelo entre que me regresaba y repetía capítulos, pero bueno, me justifico en el hecho de que si para muchos es una lectura densa a los 25, qué esperanzas a los 16. Finalmente lo terminé sentado en un hotel en Palenque, Chiapas, con una Modelo Vidrio a medio beber junto a mí.
Después regresé a Monterrey y lo guardé en un librero donde permaneció cerca de cuatro años empolvándose. No lo saqué. No lo releí. No me asomé para nada. Un día ese mismo impulso con que lo compré regresó a mí y de la nada lo saqué del librero y comencé a hojearlo. Durante dos años fue mi libro de cabecera. Especialmente desfrutaba leer los "Capítulos prescindibles" del final, donde Julio prácticamente explaya toda su teoría de la novela. De esas lecturas aprendí mucho lo que hoy sé sobre la escritura, sobre la narrativa.
Rara vez me sumergía en la historia, principalmente releía los ejercicios y las "morelianas", donde estaba esa especie de clase de literatura.
Un día me dio por leerlo de nuevo. Estaba listo, pensé. Y de nuevo arranque con el capítulo 73 (porque así dice el tablero al inicio que se debe empezar) y volví a sumergirme en el París de Oliveira y La Maga, volví a ser un cínico con el Club de la Serpiente, y recordé la muerte de Rockemadour siete años después de haberla leido por primera vez.
Sin embargo, la casualidad quiso que no lo terminara. Justo al concluir la primera parte (la "del lado de allá") salí de viaje a Guanajuato y en algún momento del trayecto se perdió. Me di cuenta en el hotel.
Sin afanes románticos, algo mio se fue con el libro. Recuerdos, anécdotas, citas de Julio que había utilizado en diferentes circunstancias, técnicas de redacción que apliqué después, gente a quien se lo había prestado, tantas cosas que quien lo haya encontrado no sabrá, no se imaginará. Quiero pensar que al menos leerá mi libro, que mi libro no dejará de ser un libro para ser un montón de hojas impresas, como diría el mismo Julio. Quiero pensar que mi libro es libre y que otros ojos lo están leyendo otros ojos, y está haciendo meditar a otras personas.
Por eso digo que perder un libro es como perder un hijo, el único consuelo al que uno aspira es que la pérdida no sea del todo absurda.

2 Comments:

Blogger Tramontana said...

Mis libros preferidos los cuido más que lo que cuidaría a un hijo, bueno, o por lo menos igual. Ojalá haya llegado a manos de algún buen lector.

8:32 p.m.  
Blogger Ana Soria said...

Justamente por eso sientes como el "huequillo", porque ese compactito de hojas con letras llevaban también vivencias tuyas impresas que desde ahora permanecerán en el recuerdo, pero ahí estarán.

salutes!

11:13 p.m.  

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