Edgar es mi amigo. Lo ha sido durante casi diez años. Tendría yo unos 17 cuando lo conocí. Janet nos presentó y charlamos en un destartalado cubículo del quinto piso del edificio San Francisco, allá en Loma Larga, hablamos de cine, de teatro y de libros, de la situación que atravezaba en aquel entonces la Facultad y de la necesidad de profesionalizar el periodismo (Carajo... Casi diez años después no hemos terminado esa primera conversación, cada que nos vemos de algún modo la continuamos).
El fue uno de los primeros que me alentó a escribir, a seguir escribiendo y a pulir mi estilo, a buscar y propia voz y otros clichés típicos e iniciáticos.
Desde hace un par de meses Edgar tiene la fijación de llamarme "Henry", "Perron" o "Henry Perron" (con acento francés ambos, por favor), en alusión a un personaje de Simone de Beauvior en "Los Mandarines". Así es siempre Edgar, intelectualmente cursi, emotivo hasta la muerte.
Obviamente la razón es que Edgar encontró cierto paralelismo entre el personaje y yo (lo cual es hasta cierto punto alentador, tomando en cuenta que Simone basó el perfil de personaje enteramente en Camus): un periodista y escritor que trata desesperadamente de escribir una novela alegre que pudiera ser su propia vida, pero termina convirtiéndola en un sanguinario tratado existencialista. Vaya, diría Silva, que notón.
La descripción podría no quedar ahí: un sujeto que trata de ser fiel a sus respectivas posturas éticas, morales, políticas y filosóficas pero llega un punto que le es insostenible; un hombre que buscando la congruencia termina tachado de incongruente y traidor por sus amigos más queridos, despreciado por su pareja y buscando la redención en una jovencita rebelde con la mitad de su edad (chingado, qué bien me conoces a veces, hijodeputa, jajaja). En fin: etcétera.
No es sólo el comentario de Edgar lo que me deja pensando. Esa novela yo se la presté hace un par de años, los que él tardó para leer cada una de sus 700 páginas. Yo la leí en 10 días. La devoré por completo y a más de una persona le he dicho que esa lectura fue lo que me motivó hace casi cuatro años a volver al periodismo y que me hizo darme cuenta que no puedo hacer otra cosa. Cosa tan simple.
Además, "Los Mandarines" es para mí la prueba más fehaciente de que los libros te esperan: tuve la novela dos años sin voltear a mirarla, acaso leia la primera página y la aventaba aburrido. Un día de la nada la tomé y en una sola séntada leí tres capítulos, y de ahí el resto.
¿Hasta qué punto tiene razón Edgar en establecer ese paralelismo? No tengo idea. No se qué tanta lengua de Pitonisa tenga mi amigo, aunque a veces una voz interior me dice que no me haga pendejo.