jueves, agosto 18, 2005

Shoot the bastard

El tipo es encantador a primera vista. De no tener un alma tan afroamericana, hasta a mí me hubiera caido bien: mangas de camisa, corbata, no más de 28 años, cabello cenizo y facciones dignas de aparecer en la edición Sierra Madre, sin contar claro está, una facilidad de palabra que le permitían mover la lengua con la rapidez que a cualquier mujer heterosexual o lesbiana se le haría agua no sólo la boca. Su nombre era Luis, licenciado firmaba. En todo caso ignoro en qué tendrá su licenciatura pues el sujeto se desempeña como vendedor en automotriz Galería de Gonzalitos. Pero no nos engañemos, no nos dejemos seducir por esta loba con piel de ovejo (o es al revés). Este güerito es la encarnación de las peores tentaciones, el guía en el río de la debilidad clasemediera, la serpiente en el árbol prohíbido de la escala social. En esta ciudad de envidias y símbolos tangibles de la realización socioeconómica, Luis es la voz varonil y seductora que dice "por aquí". No llegamos con él por casualidad. Mi vecina de enfrente, a quien de aquí en delante llamaré "La Mujer Maravilla", le recomendó a mi afable esposa el sujeto. "Es un encanto, te arregla cualquier problema, si te falta un papel o un requisito él te ayuda a esconderlo para que te autoricen el crédito". Excuso abundar en que cuando escuché las primeras palabras del tipo cuando entramos en el pantanoso terreno de los pesos y centavos, pensé de mi vecina la Mujer Maravilla lo mismo que pienso del traje de Lynda Carter en la serie setentera. "Te quiero despedazar, bitch". Así, estuvimos durante unos 10 minutos observando el Platina azul marino que tienen en exhibición, mientras la voz de Luis como voz en off de promocional de Transportes Frontera hostigaba a mis neuronas. "Este coche es de los más vendidos por sus caballos de fuerza, y miren qué cajuela"; "cabría perfecto tu cadáver", pensé. A mi me dio por pedir que abrieran el motor (como si pudiera cambiar el aceite o una bujía), y en mi ignorancia y mis pocos conocimientos de quien escucha al mecánico, le dije "qué pedo con el radiador, está bien chico". No se si me deprimió más el tamaño del sistema de enfriamiento del Platina o la respuesta de Luis: "Sí... vienen muy chicos", con un orgullo que sólo me expliqué con la total ignorancia del wey de las implicaciones técnicas de un radiador de limitadas dimensiones. En fin. La escena terminó cuando nos invitó a su "oficina", una especie de serpentario de cristal con tres sillas y un escritorio... El clímax llegó, cuando tocó su computadora. Cifras, datos, precisiones, historial crediticio, trabajo, trabajos anteriores, todo lo necesario para dividir mi vida en 48 mensualidades... Ahí es donde entra la virtud que sedujo a la Mujer Maravilla y su marido (al que llamaré Superman). Luis tiene un talento innato para seducir mujeres en las ventas. Se le nota en los ojos, en la mirada, en el tono de su voz: apenas mi mujer dijo, "vamos a pensarlo", y el sujeto con cara de que todo dependiera de eso responde, "digame, ¿qué es lo que impide empezar el crédito ahora mismo, ahora ya, a las (¡y ve su reloj!) seis con cuarenta y cinco de la tarde?", "El dinero", "¡Pues no me dé dinero! Sólo deme 200 pesos y le aparto su coche, porque si quiere modelo 2005 ya se van a acabar, y seguro para mañana no hay". Y yo sintiéndome en una obra de teatro absurdo. Y continuó: "Le voy a dar la solicitud, y diga que tiene mas de un año en su trabajo aunque no lo tenga, diga que no tiene hijos aunque los tenga, y mientras tanto yo hablaré con mi jefe Satanás para que le vaya preparando el tratamiento especial que le daremos los próximos 48 meses de su vida". Entonces comprendí: "qué pasiva eres, Mujer Maravilla; este wey no sólo te dio una soberana cogida, todavía le agradeces y lo recomiendas...". Así es, cada supuesto favor no era otra cosa que un metro más de profundidad en el pozo financiero a donde nos invitaba a caer. Así nos despedimos, tras media hora de explicarle a Luis que ese jueves a las 6:45 de la tarde no arrancaríamos el trámite. El sujeto me dio la manos como quien te dice "el barranco está por aquí, pase, que tenga feliz suicidio", mientras yo lo miraba con todo el desprecio que cabe en este menoscabado hígado. Ya en mi actual y desmoflado (dícese de lo que no tiene mofle) coche, mi mujer miraba al horizonte como los héroes de las estampitas miran al ideal, mientras yo pensaba en el color que pudiera tener el intestino delgado de Luis y cómo se le vería amarrado en su garganta.