lunes, agosto 15, 2005

Ejercicio estúpido número dos

Hace un par de días escribí un texto allá abajo titulado "Ejercicio estúpido", el cual según mi estimada compañera reportera Daniela Mendoza, requiere de "un vaso de leche" para ser leido. Alguien mas me decía que sobredimensionaba las cosas y hablaba de la libertad como hablaría una víctima de un régimen represivo y totalitario. No estoy de acuerdo. El tema, sí, era la libertad, pero vista desde otro ángulo.
Desde que era un indefenso e insignificante mozuelo, alguien me dijo (o mas bien muchas personas me dijeron) que la libertad en su sentido más básico no era otra cosa que hacer lo que se te pegue la gana sin hacer daño ni afectar las libertades de alguien más. Hasta ahí una definición barata y simplista para un niño de cinco años. Años después, alguien me corrigió y me dio una visión ética de las cosas: la libertad es la capacidad de tomar una decisión. El tiempo siguió pasando y una persona más me dio una definición ahora bastante conservadora: es la capacidad de escoger el mejor de dos bienes, lo cual obviamente tiene mayores implicaciones por estar basada en juicios subjetivos y totalmente relativos (el que me la dijo era un desquiciado ultraconservador). Sin embargo, sobra decir que cualquier concepto que nos forjemos de libertad tiene como base la definición infantil que dan en todas las primarias y en la que se debió inspirar Benito Juárez para su frase de monografía en papelería de "el respeto al derecho ageno...". La libertad: lo que queramos sin que atente contra otra libertad ni afecte a otros.
Hasta ahí es simple. Sin embargo se me ocurre otra cosa. Dentro de la llamada teoría del caos existe lo que llamamos el efecto mariposa, es decir, que cualquier misierable acción conlleva implicaciones inimaginables: "Si agita hoy, con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene", decía Gleick. Y bueno, aunque la teoría se aplicó originalmente a aspectos físicos y climatológicos, sabemos que con el tiempo se ha aplicado a cualquier situación de caos.
En ese sentido, cada una de nuestras decisiones, cada ejercicio de nuestra libertad es el aleteo de una mariposa, cada palabra dicha o escrita, cada cambio de rumbo, cada afirmación o negación. Todo es el inicio de una cadena indescifrable de sucesos, inabarcable. ¿Dónde está la libertad, entonces? ¿Qué es la libertad entonces si cada soplo de nuestra boca tendrá efectos más allá de nuestro alcance? ¿Qué es la libertad si nuestros efectos pueden ser físicos, emocionales o de cualquier índole? La comunicación en sí implica efectos, como bien dice el paradigma de Lasswell, uno de los modelos de comunicación más antiguos, necesariamente cualquier forma de comunicación tiene un efecto lejano o cercano.
Este texto estúpido tendrá un efecto si alguien lo lee. Cualquier cosa que escriba, diga, piense, exprese, publique, calle, grite, susurre, redacte. Todo violentará la libertad de otros.
Todo esto me habla de una sola cosa: redefinición. Redefinición de libertad, redefinición de efectos, de comunicación, de moral, de todo. Nuestra libertad está construida sobre cimientos falaces y por tanto nuestra libertad es falaz.
La libertad no se otorga ni se reconoce, se arrebata. La libertad no depende del poder, sino de los individuos y la masa social que construyen, así como la represión igual viene de todos lados, tanto del poder como de los mismos individuos. El concepto civilización se funda en el sacrificio de libertades, cuando este sacrificio pasa de lo tolerable, de lo razonable, la civilización es el enemigo. El enemigo es todo. En todos lados.
El individuo está cada vez más solo, mas desprotegido, mas maniatado, todo por una libertad que desde un inicio fue mal concebida. La primera rebelión debe ser contra el pensamiento inerte, contra la filosofía heredada.
La libertad hoy es algo que nos toleran, no algo que nos ganemos, no algo por lo peleemos. La única libertad se toma sin pedir.