This is not a promise
“Alguien disparó desde la azotea”, gritó histérica la mujer que salía corriendo de la iglesia antes de caer abatida sobre el asfalto para dejar un sendero de sangre coagulada sobre el suelo ardiente. Su cabeza se había convertido en una masa rojiza y deforme salpicando la banqueta.
Alguien disparaba pero nadie podía verle. Una figura rutilante sobre el campanario gótico de la catedral, el zumbido de las balas cruzando el aire y un muerto más derrumbándose mientras la multitud corría y trataba inútilmente de dispersarse por las calles aledañas. Perderse en la distancia. Ocultarse entre los otros objetivos del cazador.
No lo consiguieron.
El tirador no sólo era bueno, era un prodigio del disparo, un dios de la muerte. El sonido de la carga y el disparo. Un muerto. Afinar la mira y desde lo alto seleccionar uno de los tantos cobardes que huían en masa, cualquiera, todos son iguales. Otro muerto. Incluso cerrar los ojos y soltar un tiro al azar, qué mas da, la existencia es una falta a la moral. Y los muertos se rompen la frente cuando se estrellan contra el borde de una banqueta.
La histeria. El miedo. La calle. La esperanza que no sirve de nada y el acompañante cae derribado.
Alguien quiere mirar al sicario de frente y muere. Alguien quiere matar al sicario y muere. Alguien quiere razonar con el sicario pero muere desangrado tras una prolongada e insoportable agonía, porque el homicida le disparó en el estómago sin gestos ni palabras. Un niño quiere conmoverlo con el llanto infantil de quien ha visto morir a su madre y padre, y su rostro queda destrozado por una bala expansiva.
Una a una todas las personas van cayendo y la plancha frente a la Catedral se va inundando de la sangre de las víctimas.
Cuando todos han muerto, el sicario se detiene y respira agitadamente conteniendo lágrimas de odio.
Es entonces cuando el obispo sube al campanario y coloca su mano sobre el hombro del que dispara.
-¿Te sientes mejor?
-Sí... Un poco.
-Anda, ve y sube de nuevo a la cruz antes de que empiecen a hacer preguntas.
El sicario cabizbajo, toma las escaleras que van a al presbiterio.
-Pero qué daño te hicieron, hijo mío -piensa el sacerdote.