Chupando y aplaudiendo
Decía Oscar Wilde que cuando uno toma vino en cantidades insuficientes solamente se emborracha, no se si habrá tenido razón, pero sí se que eso de las copas, las botellas, el salud y pásame otra que me estoy poniendo bien crudote tiene más mística que lo que los estúpidos del NACE (No A Conducir Ebrios) quieren hacer parecer.
No se, quizá estoy meditando en frivolidades por no entrar en cosas más complicadas de mi vida, pero al menos libera un poco pensar que esas largas noches y madrugadas tienen cierto misticismo (salud, raza), que al destapar una tras otra las Coronas, las Indios, las Montejos (tengo una cita con ustedes hoy, queridas) y ese infinito etcétera que va de la A de Appleton a la Z de un viejo vino alemán cuyo nombre me resulta impronunciable, cortesía de un viejo amigo, han servido de mucho más que para emborracharme.
Recuerdo un diálogo delicioso entre Micheal Douglas y Katie Colmes (sí, es en serio) en Gonder Boys, donde la nena de Tomas Cruz le dice “quizá deberías tratar de no escribir ‘bajo la influencia…’”, refiréndose a que se fumaba cigarros verdes que no eran precisamente Marlboro Mentolados antes de sentarse frente a la máquina de escribir. Entonces el gran Douglas le responde “Te sorprenderá saber que escribí ‘bajo la influencia’ una novela que ganó un premio que por cierto, acepté ‘bajo la influencia’”.
Hay mucha historia en esto, claro: Los Doors y todos los hippies hablaban de las drogas y el alcohol como mecanismos para abrir la mente aunque terminaron como forma de abrir la tumba; México tiene una historia larga y tupida de artistas –escritores y no –que le pegaban bien macizo a cualquier cosa que les hiciera sentirse Jesucristo caminando sobre el agua (“Pero Padre, me hundo”, “hombre de poco vicio, quémale más”).
Alguna vez Enrique Bunbury contó que “La sirena varada” (una de las mejores rolas de Los Héroes del Silencio) la escribieron tras un profundo pasón de hachís.
Y bueno, ni hablar de Sabina, aunque el maestrazo no le hace tanto a la mota (al menos no expresamente) sino al vino y la cerveza.
Si nos pasamos a los territorios periodísticos, Silva no me dejará mentir cuando digo que durante años las cantinas no sólo eran lugares de gran tradición para el encuentro y la sana convivencia entre varones responsables (el lenguaje diplomático es la neta), sino que además eran caldos de cultivo para las notas de ocho columnas: desde el Mingo’s hasta el Indio Azteca, y bueno, hoy mismo vemos que después de que Moani recoge el último envase vacío en la última mesa del Brasil hace su arribo la misma concurrencia de la noche anterior, sólo que menos peda, muy cruda y con grabadoras en la mano en vez de Indios para atender la primera rueda de prensa dominguera.
Y bueno, creo que muchas de mis charlas más interesantes con la gente más interesante han sido pasadas las seis cervezas y el quinto vaso de whiskey, salvo contadas excepciones.
Quizá ahí es donde entran los eufemismos que distinguen a los “intelectuales bohemios” que los “24 por violencia familiar y lesiones” (para quienes no lo sepan, 24 significa “detenido” en el código mil utilizado por los polis).
En “Closer” el wey que escribía esquelas utilizaba “Muy sociable” para describir a un alcoholico, y bueno, mi estimada maestra Ascensión (oh, qué días aquellos) se refería a mi persona como “una persona muy buena, muy inteligente que sabe mucho, pero muy… bohemio”.
En fin, creo que tanta filosofía no sirve para nada: el alcohol es alcohol y no hace más inteligente a nadie, acaso nos expone más y punto. ¡Y Salud!
No se, quizá estoy meditando en frivolidades por no entrar en cosas más complicadas de mi vida, pero al menos libera un poco pensar que esas largas noches y madrugadas tienen cierto misticismo (salud, raza), que al destapar una tras otra las Coronas, las Indios, las Montejos (tengo una cita con ustedes hoy, queridas) y ese infinito etcétera que va de la A de Appleton a la Z de un viejo vino alemán cuyo nombre me resulta impronunciable, cortesía de un viejo amigo, han servido de mucho más que para emborracharme.
Recuerdo un diálogo delicioso entre Micheal Douglas y Katie Colmes (sí, es en serio) en Gonder Boys, donde la nena de Tomas Cruz le dice “quizá deberías tratar de no escribir ‘bajo la influencia…’”, refiréndose a que se fumaba cigarros verdes que no eran precisamente Marlboro Mentolados antes de sentarse frente a la máquina de escribir. Entonces el gran Douglas le responde “Te sorprenderá saber que escribí ‘bajo la influencia’ una novela que ganó un premio que por cierto, acepté ‘bajo la influencia’”.
Hay mucha historia en esto, claro: Los Doors y todos los hippies hablaban de las drogas y el alcohol como mecanismos para abrir la mente aunque terminaron como forma de abrir la tumba; México tiene una historia larga y tupida de artistas –escritores y no –que le pegaban bien macizo a cualquier cosa que les hiciera sentirse Jesucristo caminando sobre el agua (“Pero Padre, me hundo”, “hombre de poco vicio, quémale más”).
Alguna vez Enrique Bunbury contó que “La sirena varada” (una de las mejores rolas de Los Héroes del Silencio) la escribieron tras un profundo pasón de hachís.
Y bueno, ni hablar de Sabina, aunque el maestrazo no le hace tanto a la mota (al menos no expresamente) sino al vino y la cerveza.
Si nos pasamos a los territorios periodísticos, Silva no me dejará mentir cuando digo que durante años las cantinas no sólo eran lugares de gran tradición para el encuentro y la sana convivencia entre varones responsables (el lenguaje diplomático es la neta), sino que además eran caldos de cultivo para las notas de ocho columnas: desde el Mingo’s hasta el Indio Azteca, y bueno, hoy mismo vemos que después de que Moani recoge el último envase vacío en la última mesa del Brasil hace su arribo la misma concurrencia de la noche anterior, sólo que menos peda, muy cruda y con grabadoras en la mano en vez de Indios para atender la primera rueda de prensa dominguera.
Y bueno, creo que muchas de mis charlas más interesantes con la gente más interesante han sido pasadas las seis cervezas y el quinto vaso de whiskey, salvo contadas excepciones.
Quizá ahí es donde entran los eufemismos que distinguen a los “intelectuales bohemios” que los “24 por violencia familiar y lesiones” (para quienes no lo sepan, 24 significa “detenido” en el código mil utilizado por los polis).
En “Closer” el wey que escribía esquelas utilizaba “Muy sociable” para describir a un alcoholico, y bueno, mi estimada maestra Ascensión (oh, qué días aquellos) se refería a mi persona como “una persona muy buena, muy inteligente que sabe mucho, pero muy… bohemio”.
En fin, creo que tanta filosofía no sirve para nada: el alcohol es alcohol y no hace más inteligente a nadie, acaso nos expone más y punto. ¡Y Salud!
7 Comments:
no me parece indispensable para una buena conversación, creo que soy una de tus excepciones, right?
Buena conclusión. ¡Salud pues!
dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. ¿será que el alcohol devuelva la auntenticidad a las personas?
VAMOS A CHUPAR!!!
sólo para confirmar la teoría.
salud!
el alcohol debe ser usado como el peldaño inexistente en la subida al "bodhi"
cheers
Oiga don Argüello, está tomando prozac o a qué se debe tanta alegría en su blog????
lito: ¿realmente lo consideras alegre? yo simplemente lo veo como el requiem por el sueño.
salud!
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