domingo, junio 11, 2006

El Cronocéfalo

Una bestia. Un animal. Una mala persona. Un remedo de sí mismo que mira su propia imagen de ojos hinchados y cara demacrada en el espejo. Sí… es él, ¿qué más da negarlo? En el fondo de todo la figura se repite en los dos espejos encontrados hasta el infinito, como una condena eterna a ser esa imagen patética y acabada, irremediablemente alejada de ese pasado de visión intermitente como una evocación irreal e inconstante. Repetida. Una y otra vez como latigazos, como flagelos, como insultos y escupitajos en el rostro. El. Lo que queda de él. Lo que es y lo que fue y lo que pudo haber sido, sudor en las axilas y el cabello desarreglado y maloliente. Todo punto por punto, loza por loza resquebrajándose como un puente vencido. Una sucesión interminable de sí. Hacia abajo. Hacia la nada. Hacia ese “nunca” que pronunció tantas veces cual si alimentara a un joven monstruo, el monstruo con el que ahora no puede lidiar y con quien tiene que convivir día con día… La bestia, el ente… Eso: El Cronocéfalo. Ese que se proyecta en los dos espejos encontrados en el cuarto de baño. Esa visión sucia y apestosa. Ese demonio que devoró su mente, que devoró su vida, que devoró su todo. Aun cuando debajo de la ropa, debajo de esa playera de algodón sucia y semitransparente por tantas lavadas permanece el tatuaje de la guerra. Sí… el tatuaje del símbolo bélico como cicatriz de viejas batallas, encuentros perdidos… derrota tras derrota… convertido ahora en el recuerdo imborrable del pasado… La imagen de la caída, la altura… el golpe… Nada. Porque ya no es él. Sólo queda el Cronocéfalo.
Y la furia en su mirada. La furia contra ese animal endemoniado de ojos enrojecidos y mirada penetrante. El que permanece a la espera porque no sabe hacer otra cosa que esperar. Permanecer y esperar con uñas sucias y fétido aliento. Con bostezos feroces y violenta modorra. Sus dientes. Sus lágrimas. Su boca seca y manos sudorosas. Y el fastidio… sobre todo el maldito fastidio porque por encima de todo, por encima de su acecho y de su mirada inquisidora, el Cronocéfalo sólo ataca de una manera: con la espera tediosa y su endiablada paciencia, la fatiga insidiosa y los ocasos interminables. Todo se va y todo se muere, primero lo sueños, después las personas, las cosas, la vida, el tiempo y hasta la modorra. Pero siempre el Cronocéfalo ataca. Siempre está ahí. Siempre muerde. Por encima de todo, por siempre y a pesar de sí mismo, el Cronocéfalo permanece y asesina lento, muy lento. Tan lento que cada embestida es imperceptible. Tan lento que su ataque parece indiferente… pero no lo es. La brutal monotonía. La brutal repetición. Día tras día tras día el Cronocéfalo se repite a sí mismo como un virus indolente. Inasible. Se multiplica y crece mientras abarca cada vértice de la vida, cada rincón. Por encima de todo y a pesar de todo el Cronocéfalo permanece.

Antonio Argüello
7 de mayo de 2006

5 Comments:

Blogger Alma Ramírez said...

se me ocurre:
-romper ese espejo tan poco favorecedor.
-comprar otro.
y si eso no hace desaparecer al Cronocéfalo...
-hacerse cirugía plástica.
-mudarse de ciudad, estado o país

Salut por el texto, Argüello.

9:37 p.m.  
Blogger loves_pandora said...

mmm Arguello..procura no verte al espejo cuando recien te levantes de una borrachera infernal...

no te creas... jajajaja...

salú por sus letras

10:32 a.m.  
Blogger Tramontana said...

Me encanta esa imagen de los dos espejos que crean la repetición infinita de la imagen. Le queda bien al texto.

6:18 p.m.  
Blogger AlexSilvaAlex said...

Pese a que sé que es autobiográfico no deja de parecerme demasiado denso.

4:47 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Densa es como ha de tener la conciencia mi buen alex. Creo que es una buena forma de exorcismo que le era necesario y que logra trasmitir en el texto. Virtud que muchos quisieran y que pocas veces logran.

7:02 p.m.  

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