Adiós, Viviana...
Life goes easy on me…
Most of the times
Damien Rice
Viviana enciende un cigarrillo mirando por la ventana mientras el hedor de la habitación se amalgama lentamente con el de la cerveza, la marihuana y su propio flujo vaginal, toda esa atmósfera que hemos ido creando a lo largo de la noche.
Desnuda frente al vitral, Viviana observa las luces neón que dan el tono multicolor a estas noches en el centro. Ese arcoiris decadente que durante dos años ha enmarcado nuestras noches en este hotel de cien pesos la noche, con clima, televisión por cable y agua caliente, como lo anuncia el cartel en la puerta principal.
El aire se respira denso con el humo de los dos canutos que hemos fumado y la infinidad de cigarrillos cuyas colillas se amontonan en el cenicero sobre el buró color caoba a mi lado de la cama, junto a la libreta de notas y el bolígrafo del hotel.
No es la primera vez que fumamos marihuana en este hotel antes y después de coger, como tampoco sería la primera que el administrador tocara la puerta en caso que así lo hiciera, pidiéndonos que al menos tengamos la decencia de abrir una de las dos ventanas que dan al exterior. Han sido tantas ya estas noches… Sin embargo, sí es la primera ocasión que a Viviana el pasón le da para abajo, al menos la primera vez que sucede conmigo.
Todo es tan molesto. Ahora mismo fuma en silencio mirando la nada en las calles mal iluminadas como esperando que diga algo, aguardando la palabra dulce y el acta de rendición, cuando sabe que no lo haré.
-Al menos podrías ser un poco empático –dice cuando dos lágrimas caen de sus ojos hinchados hasta el punto de desaparecer. –Al menos podrías fingir que te importa.
Callo. Tratando de mujeres es importante distinguir cuando no existe palabra en el idioma que pueda mejorar las cosas, cuando el silencio es la mejor salida para al menos no empeorar la situación.
La observo aun desnudo y recostado sobre la cama, cubierto únicamente por las sábanas empapadas de sudor y manchadas de ceniza y sabrá Dios qué más.
-Eres terriblemente egoísta, Marcelo… No sabes cuánto lo eres. Eres egoísta… egoísta y desalmado…
Puta madre… “Egoísta y desalmado”, ahora seguro dirá que yo maté a Colosio y a todas las muertas de Juárez, y seguro yo no tendré energía para defenderme o al menos decir algo distinto a lo que ella afirme. Así es siempre. Así de simple. En estos momentos nunca soy nadie para levantar mi escudo moral y defender los esbozos de dignidad que puedan quedarme. Quizá por eso siempre preferí vestirme inmediatamente después de coger. Un hombre es todo lo que una mujer quiera mientras esté desnudo, para bien o para mal. El momento más vulnerable del hombre es después de eyacular. Ese minuto muerto. Esa capitulación efímera pero absoluta. Esa rendición total.
Sin embargo, ese silencio ante los ataques no implica en ningún momento que cambie mi parecer en lo dicho. En lo absoluto.
-Esperaba mucho más de ti, Marcelo… En verdad.
Por supuesto que esperabas más de mi, carajo… Siempre esperaste demasiado de nosotros sin tener razón. Nunca te di motivo para creer. Nunca te di motivo para esperar. Lo sabes. Claro que lo sabes como siempre lo has sabido y lo he sabido yo.
Pero ella no entiende. Una cosa es saber las cosas y otra muy diferente entenderlas y aceptarlas. Para Viviana ambas cosas son imposibles.
Ahí está ella: llorando frente a la ventana como niña con capricho atravesado. Tan pueril, tan empecinada.
Recuerdo la tarde que la conocí, hace casi diez años. Nancy nos presentó. Salíamos de algún motel en la carretera con alcohólicas intenciones y Viviana le telefoneó al celular. Nancy se alegró de escuchar la voz de su joven amiga y la citó en el bar de comida alemana donde solíamos embriagarnos. Ahí nos vimos.
En ese entonces aquella muchachita de 17 años que bebía cerveza oscura y fumaba constantemente me significó más un interés científico que erótico. Ese rostro infantil y tímido, travieso; esos ojos cafés ocultos tras unas gafas negras y redondas como John Lennon pero con una hoja de marihuana dibujada sobre los cristales. Esa figura alta y espigada, cubierta de prendas negras y gastadas, un chaleco bordado, unas botas industriales; el talante sin gota de pintura; la cabellera larga y negra como Janis Joplin. Y su voz… La voz de un ángel oscuro salpicado del infantilismo del semblante, el mismo contraste de su imagen.
Hablaba de libros secretos, de oscurantismo; de Poe, Lovecraft y todas las fábulas y leyendas a su alrededor, de brujas y demonios, de toda una mitología folclórica y urbana que aplicaba y percibía en cada objeto donde fijaba la mirada. Cuentos de hadas para dormir niñas hechiceras.
Esa noche volví a coger con Nancy al borde del vómito y no volví a pensar en Viviana hasta la siguiente borrachera, y después a la siguiente. Hasta que después todo cambió. Encuentros casuales, el azar de nuestro lado… Y luego llegamos a esto, al sexo semanal en el peor hotel del centro… su gran fetiche que hoy no parece disfrutar.
-¿Cómo te hago entender que estoy embarazada, Marcelo? –Su voz retiembla en el yeso sucio de las paredes y yo continúo mi silencio. -¿Por qué me haces esto? –Y al decirlo se acerca a mí para apagar el cigarrillo en el cenicero.
Levanto la mirada aun lastimado. –Yo no te obligué a nada.
-Pero igual estamos aquí, nada cambia nada. –Da la vuelta y entra al baño para tomar una cerveza del lavabo donde las mantenemos en hielo. La abre y da un trago largo. –¿Qué vamos a hacer, Marcelo?
-Es falso que nada cambie, Viviana. Todo ha cambiado. Nada será igual. Bien lo sabes.
Y llora.
-Pásame una cerveza por favor. –Aviento la cabeza a la almohada.
Ella va al baño. Antes de tomar una lata se sienta en el excusado y orina mientras enciendo un cigarrillo y la observo. La miro sentada en el inodoro desnuda. Sola. Su espalda encobrada. Sus codos sobre las rodillas sosteniendo el peso de su cabeza, apoyada en ambas manos. La mirada triste y frustrada. Toma papel y se limpia. Cierro los ojos cuando inhalo del cigarro y levanto el rostro. Guardo el humo un momento y lo exhalo buscando respuestas.
Cuando abro los ojos Viviana está de pie junto a mí con mi cerveza en la mano. Me mira con tristeza, como animal herido. La tomo por la cintura. Nos miramos en silencio durante un largo minuto. Ella trata de decir algo pero con el índice le hago la señal de que guarde silencio. Obedece. Me mira unos segundos más hasta que acerca su boca a la mía lentamente. Deja la cerveza en el buró y acaricia mi cabello. Nos besamos. Se recuesta sobre mí sin dejar de besarme. Siento en mi muslo izquierdo la humedad entre sus piernas y por segunda vez en esta noche hacemos el amor.
-Te amo tanto, Marcelo…
Pero yo no respondo. Esta vez no. A partir de hoy no volveré a responder ni a pronunciar las palabras fatales.
Viviana se queda dormida en el cansancio. Ebria de alcohol y de marihuana y de sus propias lágrimas, de su propia impotencia. En esta ocasión se pierde de mi debilidad después del sexo.
Pasan más de 20 minutos antes de que ella deje de sollozar entre sueños, de que sus párpados cerrados dejen de moverse con violencia y su boca cese de susurros ininteligibles. Es entonces que me levanto.
Sin hacer el menor ruido voy levantando poco a poco mis cosas. Me visto rápido y en silencio. Esta vez evito ducharme para no despertarla. Guardo el hedor de nuestros fluidos en el cuerpo. Me siento bien con ello. Una breve tortura. Un alargamiento del momento. Sé que no volveré a este hotel, a este cuarto. Sé que no volveré a hacer el amor con Viviana jamás.
Antes de girar el picaporte de la puerta miro nuevamente la libreta de notas y el bolígrafo sobre el buró. Pienso en dejarle una despedida escrita, un adiós, lo que sea, una afirmación de la ruptura, pero decido no hacerlo.
Vuelvo la cabeza una última vez. Abrir una puerta siempre conlleva la tentación de volver a cerrarla. Viviana yace desnuda sobre la cama durmiendo profundamente. Su piel descubierta me recuerda el calor de nuestros primeros besos, la delicadeza de la primera vez que tuvimos sexo en su departamento, antes de tantas cosas. –Será una buena madre. –Me digo más a manera de justificación. Ya no me acerco. No le beso la frente. No acaricio sus mejillas. No le susurro un tierno “adiós” al oído. No romperé su momentánea paz… tampoco la mía.
Cuando siento el cobre frío en mi mano pienso repentinamente en Nancy. Seguramente se extrañará al verme llegar en plena madrugada. Que si mi viaje, que si la junta fuera de la ciudad.... No me importa. Tengo todo el camino para pensar una historia.
Giro el picaporte y salgo del cuarto sin detener mi paso. Del bolsillo derecho de mi pantalón tomo mi anillo de matrimonio. Es entonces que me doy cuenta: llevo conmigo también el de Viviana. –Mierda –me digo, -pero en fin: cualquier excusa que invente su marido la creerá, bastante contento estará al saber que será padre.
Al llegar a la calle tiro el anillo de Viviana al primer bote de basura que se atraviesa a mi paso. Antes de llegar a mi coche levanto la mirada hasta la ventana de la habitación. Ahí está ella: Viviana. Me mira estóica. Me ve congelada como el fantasma de una casa embrujada. Sigue mi paso por todo el estacionamiento sin dibujar expresión en el rostro. Yo tampoco levanto la mano ni hago además alguno para despedirme.
Antes de abordar el vehículo la miro una última vez, su figura desnuda en el ventanal, su cabello de Janis y su silueta aun delgada, sin que se haya hecho evidente aun el embarazo. Lo último que veo es su brazo levantarse para cerrar la cortina y desaparecer en la oscuridad. Nada más.
Comienzo a sentir el frío de la madrugada. Enciendo un cigarrillo antes de subir al coche. Me voy a casa.
Antonio Argüello
8 de enero de 2005
Most of the times
Damien Rice
Viviana enciende un cigarrillo mirando por la ventana mientras el hedor de la habitación se amalgama lentamente con el de la cerveza, la marihuana y su propio flujo vaginal, toda esa atmósfera que hemos ido creando a lo largo de la noche.
Desnuda frente al vitral, Viviana observa las luces neón que dan el tono multicolor a estas noches en el centro. Ese arcoiris decadente que durante dos años ha enmarcado nuestras noches en este hotel de cien pesos la noche, con clima, televisión por cable y agua caliente, como lo anuncia el cartel en la puerta principal.
El aire se respira denso con el humo de los dos canutos que hemos fumado y la infinidad de cigarrillos cuyas colillas se amontonan en el cenicero sobre el buró color caoba a mi lado de la cama, junto a la libreta de notas y el bolígrafo del hotel.
No es la primera vez que fumamos marihuana en este hotel antes y después de coger, como tampoco sería la primera que el administrador tocara la puerta en caso que así lo hiciera, pidiéndonos que al menos tengamos la decencia de abrir una de las dos ventanas que dan al exterior. Han sido tantas ya estas noches… Sin embargo, sí es la primera ocasión que a Viviana el pasón le da para abajo, al menos la primera vez que sucede conmigo.
Todo es tan molesto. Ahora mismo fuma en silencio mirando la nada en las calles mal iluminadas como esperando que diga algo, aguardando la palabra dulce y el acta de rendición, cuando sabe que no lo haré.
-Al menos podrías ser un poco empático –dice cuando dos lágrimas caen de sus ojos hinchados hasta el punto de desaparecer. –Al menos podrías fingir que te importa.
Callo. Tratando de mujeres es importante distinguir cuando no existe palabra en el idioma que pueda mejorar las cosas, cuando el silencio es la mejor salida para al menos no empeorar la situación.
La observo aun desnudo y recostado sobre la cama, cubierto únicamente por las sábanas empapadas de sudor y manchadas de ceniza y sabrá Dios qué más.
-Eres terriblemente egoísta, Marcelo… No sabes cuánto lo eres. Eres egoísta… egoísta y desalmado…
Puta madre… “Egoísta y desalmado”, ahora seguro dirá que yo maté a Colosio y a todas las muertas de Juárez, y seguro yo no tendré energía para defenderme o al menos decir algo distinto a lo que ella afirme. Así es siempre. Así de simple. En estos momentos nunca soy nadie para levantar mi escudo moral y defender los esbozos de dignidad que puedan quedarme. Quizá por eso siempre preferí vestirme inmediatamente después de coger. Un hombre es todo lo que una mujer quiera mientras esté desnudo, para bien o para mal. El momento más vulnerable del hombre es después de eyacular. Ese minuto muerto. Esa capitulación efímera pero absoluta. Esa rendición total.
Sin embargo, ese silencio ante los ataques no implica en ningún momento que cambie mi parecer en lo dicho. En lo absoluto.
-Esperaba mucho más de ti, Marcelo… En verdad.
Por supuesto que esperabas más de mi, carajo… Siempre esperaste demasiado de nosotros sin tener razón. Nunca te di motivo para creer. Nunca te di motivo para esperar. Lo sabes. Claro que lo sabes como siempre lo has sabido y lo he sabido yo.
Pero ella no entiende. Una cosa es saber las cosas y otra muy diferente entenderlas y aceptarlas. Para Viviana ambas cosas son imposibles.
Ahí está ella: llorando frente a la ventana como niña con capricho atravesado. Tan pueril, tan empecinada.
Recuerdo la tarde que la conocí, hace casi diez años. Nancy nos presentó. Salíamos de algún motel en la carretera con alcohólicas intenciones y Viviana le telefoneó al celular. Nancy se alegró de escuchar la voz de su joven amiga y la citó en el bar de comida alemana donde solíamos embriagarnos. Ahí nos vimos.
En ese entonces aquella muchachita de 17 años que bebía cerveza oscura y fumaba constantemente me significó más un interés científico que erótico. Ese rostro infantil y tímido, travieso; esos ojos cafés ocultos tras unas gafas negras y redondas como John Lennon pero con una hoja de marihuana dibujada sobre los cristales. Esa figura alta y espigada, cubierta de prendas negras y gastadas, un chaleco bordado, unas botas industriales; el talante sin gota de pintura; la cabellera larga y negra como Janis Joplin. Y su voz… La voz de un ángel oscuro salpicado del infantilismo del semblante, el mismo contraste de su imagen.
Hablaba de libros secretos, de oscurantismo; de Poe, Lovecraft y todas las fábulas y leyendas a su alrededor, de brujas y demonios, de toda una mitología folclórica y urbana que aplicaba y percibía en cada objeto donde fijaba la mirada. Cuentos de hadas para dormir niñas hechiceras.
Esa noche volví a coger con Nancy al borde del vómito y no volví a pensar en Viviana hasta la siguiente borrachera, y después a la siguiente. Hasta que después todo cambió. Encuentros casuales, el azar de nuestro lado… Y luego llegamos a esto, al sexo semanal en el peor hotel del centro… su gran fetiche que hoy no parece disfrutar.
-¿Cómo te hago entender que estoy embarazada, Marcelo? –Su voz retiembla en el yeso sucio de las paredes y yo continúo mi silencio. -¿Por qué me haces esto? –Y al decirlo se acerca a mí para apagar el cigarrillo en el cenicero.
Levanto la mirada aun lastimado. –Yo no te obligué a nada.
-Pero igual estamos aquí, nada cambia nada. –Da la vuelta y entra al baño para tomar una cerveza del lavabo donde las mantenemos en hielo. La abre y da un trago largo. –¿Qué vamos a hacer, Marcelo?
-Es falso que nada cambie, Viviana. Todo ha cambiado. Nada será igual. Bien lo sabes.
Y llora.
-Pásame una cerveza por favor. –Aviento la cabeza a la almohada.
Ella va al baño. Antes de tomar una lata se sienta en el excusado y orina mientras enciendo un cigarrillo y la observo. La miro sentada en el inodoro desnuda. Sola. Su espalda encobrada. Sus codos sobre las rodillas sosteniendo el peso de su cabeza, apoyada en ambas manos. La mirada triste y frustrada. Toma papel y se limpia. Cierro los ojos cuando inhalo del cigarro y levanto el rostro. Guardo el humo un momento y lo exhalo buscando respuestas.
Cuando abro los ojos Viviana está de pie junto a mí con mi cerveza en la mano. Me mira con tristeza, como animal herido. La tomo por la cintura. Nos miramos en silencio durante un largo minuto. Ella trata de decir algo pero con el índice le hago la señal de que guarde silencio. Obedece. Me mira unos segundos más hasta que acerca su boca a la mía lentamente. Deja la cerveza en el buró y acaricia mi cabello. Nos besamos. Se recuesta sobre mí sin dejar de besarme. Siento en mi muslo izquierdo la humedad entre sus piernas y por segunda vez en esta noche hacemos el amor.
-Te amo tanto, Marcelo…
Pero yo no respondo. Esta vez no. A partir de hoy no volveré a responder ni a pronunciar las palabras fatales.
Viviana se queda dormida en el cansancio. Ebria de alcohol y de marihuana y de sus propias lágrimas, de su propia impotencia. En esta ocasión se pierde de mi debilidad después del sexo.
Pasan más de 20 minutos antes de que ella deje de sollozar entre sueños, de que sus párpados cerrados dejen de moverse con violencia y su boca cese de susurros ininteligibles. Es entonces que me levanto.
Sin hacer el menor ruido voy levantando poco a poco mis cosas. Me visto rápido y en silencio. Esta vez evito ducharme para no despertarla. Guardo el hedor de nuestros fluidos en el cuerpo. Me siento bien con ello. Una breve tortura. Un alargamiento del momento. Sé que no volveré a este hotel, a este cuarto. Sé que no volveré a hacer el amor con Viviana jamás.
Antes de girar el picaporte de la puerta miro nuevamente la libreta de notas y el bolígrafo sobre el buró. Pienso en dejarle una despedida escrita, un adiós, lo que sea, una afirmación de la ruptura, pero decido no hacerlo.
Vuelvo la cabeza una última vez. Abrir una puerta siempre conlleva la tentación de volver a cerrarla. Viviana yace desnuda sobre la cama durmiendo profundamente. Su piel descubierta me recuerda el calor de nuestros primeros besos, la delicadeza de la primera vez que tuvimos sexo en su departamento, antes de tantas cosas. –Será una buena madre. –Me digo más a manera de justificación. Ya no me acerco. No le beso la frente. No acaricio sus mejillas. No le susurro un tierno “adiós” al oído. No romperé su momentánea paz… tampoco la mía.
Cuando siento el cobre frío en mi mano pienso repentinamente en Nancy. Seguramente se extrañará al verme llegar en plena madrugada. Que si mi viaje, que si la junta fuera de la ciudad.... No me importa. Tengo todo el camino para pensar una historia.
Giro el picaporte y salgo del cuarto sin detener mi paso. Del bolsillo derecho de mi pantalón tomo mi anillo de matrimonio. Es entonces que me doy cuenta: llevo conmigo también el de Viviana. –Mierda –me digo, -pero en fin: cualquier excusa que invente su marido la creerá, bastante contento estará al saber que será padre.
Al llegar a la calle tiro el anillo de Viviana al primer bote de basura que se atraviesa a mi paso. Antes de llegar a mi coche levanto la mirada hasta la ventana de la habitación. Ahí está ella: Viviana. Me mira estóica. Me ve congelada como el fantasma de una casa embrujada. Sigue mi paso por todo el estacionamiento sin dibujar expresión en el rostro. Yo tampoco levanto la mano ni hago además alguno para despedirme.
Antes de abordar el vehículo la miro una última vez, su figura desnuda en el ventanal, su cabello de Janis y su silueta aun delgada, sin que se haya hecho evidente aun el embarazo. Lo último que veo es su brazo levantarse para cerrar la cortina y desaparecer en la oscuridad. Nada más.
Comienzo a sentir el frío de la madrugada. Enciendo un cigarrillo antes de subir al coche. Me voy a casa.
Antonio Argüello
8 de enero de 2005
5 Comments:
Vaya.. por un momento mandaste a volar los ojos azules.
Dejas muy a la deriva al papá de la criatura..genial.
Un fuerte abrazo
Muy bien logrado, la ambientación, los diálogos, todo lo hacen muy real y crudo.
Ta con madre, pinche vato ojete como podemos ser todos los humanos del mundo, toda una digna proyección de la Bad mother fucker que pretendemos ser.
infidelidad... debí suponerlo.
Nancy es nombre de novia cornuda.
Mmmmmmmh... es raro que lo menciones, las Nancys que conozco tienden más a ser cornificadoras que cornificadas...
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