Finalmente, después de siete años de espera, ayer 1 de septiembre pude ver en un cine club la película de Pasolini, "Salò o los 120 dias de Sodoma", basada en "Los 120 dias de Sodoma" del Marqués de Sade. Finalmente pude ver al Duque y sus compañeros libertinos, el obsipo, el banquero y el presidente con todo su poder, su delirio, su crueldad que emana no sólo de su condición de poderosos, sino de su misma condición de seres humanos.
La novela de Sade nunca fue terminada, la película por poco tampoco lo fue. Pasolini murió asesinado días después de haberla terminado. No era para menos. Su discurso no sólo es agresivo, es brutal.
La figura de autoridad que se sirve de la humanidad desnuda y desprotegida, impotente. La vida absurda. Un universo que sólo tiene sentido bajo la ecuasión de poderosos y oprimidos y donde nadie, ni siquiera los mismos oprimidos, pueden ser dignos de una salvación, de un dejo de perdón y aprecio.
La película está ubicada en la Italia de Mussolini. Cuatro libertinos y dos docenas de adolescentes a su servicio. No sólo a su servicio: Son su propiedad. Sus esclavos. Sus animales. Dios no existe. Los derechos humanos ni siquiera son una leyenda. El amor una debilidad. Todo es humillación constante, autoritarismo y ejercicio del poder con toda la violencia que la misma posición les permite, donde los guardias y soldados tienen armas y penes, ambos al servicio del amedrentamiento y la tortura.
No hay género. No hay sexos. No hay hombres ni mujeres. Todos son simples objetos de placer y de servicio. Todos sentados en la misma mesa tragando con esfuerzo un banquete de mierda.
"Desde ahora considérense muertos", sentencia el obispo a los jóvenes casi al inicio de la película.
Pero no queda ahí. Las cosas no quedan ahí. La humanidad oprimida deja de ser humanidad. La humanidad que permite las vejaciones deja de ser humanidad y todo se convierte en instinto de supervivencia, aun por encima de los semejantes. Se convierte en cómplice. En el contexto de Pasolini, se convierte en colaboracionista.
¿Qué importa denunciar a los compañeros, qué importa delatarlos aun con las consecuencias que seguramente les acarreará, si esto nos permite tantas cosas: ya sea ganar la simpatía de los poderosos, mantener nuestros recuerdos o a nuestros seres queridos? ¿Qué importa hacer a un lado a quien amamos y pararnos firmes saludando con desesperado respeto y sumisión a la autoridad, olvidando toda dignidad y autorespeto, si esto nos permite prolongar un poco más nuestra vida infame?
Somos los perros no sólo de los gobernantes, parece decir Pasolini, lo somos de los ricos, de las autoridades religiosas y de justicia, quienes cometen atrocidades no sólo para reafirmar y mantener su posición, sino porque es la naturaleza misma de su ser.
"No se puede ser feliz en la igualdad", acusa el Financiero.
El poder no perdona. El poder no tiene amigos. El poder tiene aliados coyunturales pero al final, verá sentado desde una ventana cómo le arrancan la lengua a aquellos que besó una noche antes.
3 Comments:
hey!
Efectivamente, ahí andaba, pero salí pronto, espero que en otra ocasión nos saludemos...
ciao!
ric
Espero que no te duelan los testículos después de la venida que tuviste al verla, porque apenas acabó la proyección y prendiste un cigarro.
Además como dijo Daniela no' más nosotros nos reimos, complices depravados de los libertinos de la película, mientras el resto del público o se salía o se incomodaba.
Probablemente en mi caso ayudó ver esa película después de 10 de consumir porno, que en teoría de género es similar a las humillaciones cometidas con los objetos de placer.
Aunque la verdad somos bien pervesotes y cochinotes y por eso nos gustó Saló.
Alejandro Silva.
Quitame la etiqueta de perversa.
Yo sólo soy sensible al placer...jajaja.
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