domingo, agosto 20, 2006

María por María


La señora María llegó a las oficinas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con una furia y un dolor sólo comparable al que sintió aquella tarde que caminaba presurosa rumbo a aquel monte al lado de los romanos.
La mujer llegó indignada ostentando una imagen tomada del periódico Reforma (el único que su influyente hijo se digna a leer) y le dijo sin más al primer magistrado que se postró ante su Santa Presencia:
-Está bien que me agarren de estandarte los políticos de tercera, está bien que me invoquen a la menor provocación y me confundan igual con manchas de aceite que con rastros de óxido en un pinche comal tercermundista, pero que violen mis derechos políticos y exhiban mis preferencias electorales que van en contra de las del fruto bendito de mi vientre, en franco atentado contra mi derecho al voto secreto no tiene nombre y ni en la peor de sus pedas se atrevió a hacerlo Herodes. Carajo, hay niveles.
El magistrado la miró impávido y sin articular palabra, corrió para convocar una reunión privada con el resto del Máximo Órgano Electoral de la Nación. Algo había que hacer, carajo, la señora estaba llena de santa cólera y no necesitaba de marcha alguna para poner ciudad, país y continente de cabeza.
Las cosas no habían sido fáciles tampoco para ella. La imagen le provocó la peor crisis familiar de su longeva existencia: para nadie es sencillo ser la comunista de la familia, una comunista de closet que sintió una carga de congoja cuando vio a Elena Poniatowska crucificar carrera y reputación en propaganda televisiva más patética que el canal del Congreso.
Su hijo sintió tal impresión que sólo porque el Reino de los Cielos es una presidencia colegida entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, no la desaforó por los siglos de los siglos en ese instante preciso.
-No te dejes llevar por la coyuntura , hijo mío –le había dicho el Padre y con ello no le quedó más que tragar camote y sentir el recelo de quien ve a su propio copartidario actuar en su contra.
Pero las cosas no habían parado ahí: con todo, el Hijo siguió operando hacia el interior para bloquear todas las salidas políticas de la madre. Okay, se quedaba dentro de la estructura pero había que acotarla, hay que ser institucional ante todo porque si no, uno se arriesga a semejantes exhibidas.
En tanto, María estaba segura de quien tomó la foto: pinche Ahumada, no respetaste ni a tu vieja (que para colmo se llama Rosario y se apellida Robles, como los árboles donde le encantaba a María aparecerse, sacrílego del demonio), qué chingados respetarás a la madre de otros.
Finalmente el Magistrado regresó con María, que para entonces notaba angustiada que no podía devolverle a vista a tres funcionarios del tribunal cegados por su derechismo y la guerra sucia del PAN, algo estaba mal, los poderes iban para abajo pues normalmente con el solo toque de su mano les haría el milagro de ver el fraude electoral.
-Señora, me dice el tribunal que no hay delito, que el Cofipe no menciona nada al respecto, así que con la pena…
No hizo falta pensar mucho para que María entendiera que era víctima de un complot: Su hijo no la desaforó pero operaba para coartar su poder hacia el interior con una desfachatez que haría ver el pleito Madrazo – Elba Esther como una guerra de comida en cafetería de película gringa de adolescentes. –Esto no ha terminado –dijo para sí misma –no me den por muerta.
Bastó que María tomara su celular e hiciera tres llamadas: Magdalena, Martha y su hermano Lázaro.
-Pero María –recriminó Lázaro temeroso –tu hijo me resucitó cuando estaba muerto políticamente.
No importa, Lázaro, están acabando con nuestro grupo, hay que tomar medidas radicales. Esa imagen fue parte de un complot, estoy segura.
Los cuatro se comisionaron para montar un campamento indefinido en las puertas del cielo, consiguieron miles de almas votantes que paralizaron la entrada y salida del paraíso. Las almas en pena en la tierra se multiplicaron geométricamente por la imposibilidad de pasar al otro mundo. Las cosas se ponían graves.
Pero el Hijo siguió con su operación: su bando siguió fortaleciéndose desde el interior del paraíso. La reconciliación se antojaba imposible.
La Poni se pronunciaba a favor de María, Jesúsa Rodríguez renunció a su lesbianismo (cambió de sexo, “si el pinche barro se puede hacer hombre, que yo no pueda”, sentenció), pero todo reventó el día que Reforma aseguró que el plantón era ficticio, que las carpas estaban vacías y que los que estaban eran acarreados de un montón de conventos.
Las acciones se hicieron radicales y María llamó a una ruptura nacional que crearía una nueva religión, “Partido Nueva Gloria”, lo bautizó con Elba a un lado.
Claudia Sheinbaun declaró a Jornada que aquello era una traición al movimiento a favor del Peje, y desconoció a María como madre de los mexicanos mientras trasladaba el plantón de Andrés Manuel a la Basílica y una horda de nacos oaxaqueños orinaba en el Cerro del Tepeyac.
En tanto, Padre, Hijo y Espíritu Santo cabildeaban con el Jefe Diego y el innombrable la liberación de Carlos Ahumada ante el temor que tuviera el video de la boda de el Hijo con Magdalena que se le perdió a Dan Brown mientras se la jalaba con Tom Hanks y Audrey Tautou.
La Coalición y el Partido Nueva Religión nunca se reconciliaron, y en las elecciones siguientes, los dos perdieron el registro no sin antes lanzar la amenaza de una movilización nacional para derribar la figura en lo alto del Cerro del Cubilete.
En el lugar sólo se apareció Socorro Ceseñas, heroica líder del PRD en Nuevo León, acompañada de cinco colaboradores que con tan mala suerte, se encontraron solos en medio de una multitud de jóvenes de las diferentes arquidiócesis del país que aquel sábado de enero acudían a la peregrinación anual que antes de morir convocó Juan Pablo II.
-Creo que algo anda mal en el movimiento, -dijo con una recién conocida resignación Roberto Benavides cuando una virgen de 32 años confundía al Che Gevara de su playera con Jesucristo resucitado.
Amén.

The phone ir ringgin, Mr Brando


Con las manos frías y un nudo en la garganta marqué el número que desde aquel día permanecía fijo en mi cabeza. Contestó una voz que de inmediato identifiqué como la de Cheyenne.
-Querida, acaba de pasarme la cosa más extraña. Estoy en mi casa, y la televisión dice que Marlon ha muerto, que lo mataron mientras compraba fruta en el mercado.
Ella tardó en contestar, sumida en esa melancolía añeja que siempre adornó sus ojos de enormes cuencas y ojos muy negros. –No, Argüello, mi amor… Lo más extraño no es eso, lo más extraño es que tú no tienes televisión ni teléfono, ni siquiera tienes casa.
No dijo más.
Al terminar la llamada presentí que algo andaba mal, lo dejé para después y mejor cambié el canal para ver otro noticiero. Ese pasaba puras mamadas.

viernes, agosto 11, 2006

Horror gallery

Gracias al maestro Cucamonga por ligar esta joya desde su blog.
Y tengan miedo... tengan mucho miedo... (audio indispensable).

Píquele...

miércoles, agosto 09, 2006

"Tu madre ha muerto"

Llevo tiempo pensando en este post…
Alguna vez Milenio Semanal publicó una especie de artículo relativo a la escena de “Bambi” donde muere su madre. Todos la vimos, no finjamos. No recuerdo el nombre del autor del artículo, probablemente fue Jairo Calixto Albarrán, Xavier Velasco o alguno de ese grupo, pues tenía todo el estilo que los que se manejan todavía en algunos espacios del periódico y la revista. Pero eso no importa.
El artículo estaba redactado en primera persona y trataba de describir el impacto que significó para los que hoy pasan de los 30 y rozan los 40 (aunque también para las generaciones posteriores por eso de los reestrenos) ver en cine el concepto de la muerte traducido en la figura del padre de Bambi (un padre ausente de corte sombrío que no conocemos hasta ese momento con el diálogo fatal y brillante de “tu madre no vendrá, Bambi” y que lleva implícito un “déjese ya de joterías, m’hijo y hágase hombre, vamos a la cantina a oír a ‘No hay novedad’”).
El autor describía su angustia sentado en la butaca de cualquier cine chilango al ver cómo Bambi se alejaba de las llamas y el humo, del peligro de los cazadores y del cadáver de su madre que sabíamos, estaba en algún lugar.
El llanto de los niños y la pregunta obligada de “¿qué le pasó a la mamá del venadito?” dirigida a la padre o madre que con gesto de pánico se preguntaba por qué demonios Disney no decidió matar a una bruja sucia y asquerosa como la de Blancanieves en un desfiladero (de modo bastante más cruel, por cierto, pero mucho más fácil de explicar “es que era bien mala, hijito”, con un disimulado llamado a la violencia moral y a tirar la primera piedra).
En fin, todo se refería al significado de la muerte de la madre del venado para una serie de generaciones que fuimos viendo la película en diferentes épocas (la película gringa es del 42 pero se tradujo al español hasta el 64 según Wilkimedia).
Me quedé pensando en ello y en su significado, recordemos que décadas después las generaciones que andan ahora pasando de los 18 años reafirmaron ese trauma infantil con la muerte del padre de Simba en el Rey León, cuando su hermano le clava las garras para dejarle clara su traición y dejarlo caer irremediablemente a la estampida que simbolizaba la muerte.
Disney nos enseñó la muerte, después de todo, para luego mostraron límites insospechados de crueldad y miedo con Pinoccio (¡Dios, no me permitas caer en manos del pederasta y lenón Stromboly!).
Oh, tiempos aquellos.
Sin embargo, reconozco que en mi caso no es ese el símbolo más impactante de la muerte, pues si bien se quedó muy grabado, hubo momentos mucho más impactantes, más profundos y más decisivos, en especial uno.
No se si debo agradecer o lamentarme porque mi generación haya sido una de las primeras en dejarse seducir por el animé japonés.
Qué días aquellos frente a Remi, Robotec, Voltron y tantos dramas que iban mucho más allá de lo patético, pues cargaban una influencia muy marcada de las tradiciones japonesas y sobre todo, una fijación y casi idolatría hacia el dolor y la muerte.
Obvio esto era de modo muy anterior a Los Caballeros del Zodiaco que muy apenas alcancé a ver en mi adolescencia; en realidad, la escena de muerte que más recuerdo es la del hermafrodito de la segunda imagen: el barón Ashler.
Quien no haya vivido la televisión infantil y preadolescente de la segunda década de los 80 no sabrá de qué hablo, los demás lo tendrán clarísimo. Mazzinger Z.
Esa era la gloria de los dioses. La serie comenzaba con el atroz asesinato del abuelo del protagonista, Coji (inserte su chiste aquí) y proseguía con más y más violencia y múltiples guiños al sexo y el erotismo (desde los senos explosivos de Afrodita hasta el desliz de Coji con Erika en un capítulo bien pesado).
Pero por encima de todo, el Barón: esa figura que décadas antes del imbécil de Ranma ½ ya provocaba todo tipo de teorías en los transportes escolares sobre su verdadera sexualidad, su verdadera identidad, la naturaleza de su odio, su talento, su fracaso y más allá de todo: su honor y su muerte.


El capítulo merece ser enmarcado cuadro por cuadro: por alguna razón Ashler sostiene una batalla submarina con Mazzinger Z en la que al parecer está finalmente a punto de acabarlo.
Entonces las cosas cambian. Todo sale mal. El Barón sería derrotado una vez más. Es cuando uno de sus soldados se le acerca para decirle que se sólo queda huir y si no huyen se los va a cargar el payaso (uno muy parecido a Globito Reloaded, chiste sólo para regiomontanos freaks), y es en ese momento cuando la animación toma directo la cara del Barón y sale la frase definitoria y muchos imberbes infantes de entonces apenas pudimos dimensionar. “No cambien el rumbo, haremos un ataque suicida”.
El submarino a toda velocidad. Mazzinger Z igual hasta que sucede lo inevitable. Ambas moles de acero (ay, wey, cálmese reportero policiaco) se estrellan en un duelo de fuerzas y deseo de destrucción que los deja a todos los implicados al borde de la muerte.
Coji malherido, Mazzigner medio desmadrado, toda la tripulación muerta y el Barón Ashler agonizando en la plaza, en el regazo del duque Gorgón muriendo mientras el mitad humano y mitad tigre jura venganza, la cual cumple al final de la serie.
Para tener también una vagina, el Barón los tenía muy grandes, eso que ni qué: un nivel de compromiso con una causa, con un deseo, una intención, un propósito que va mucho más allá de lo que vimos en las caricaturas gringas.
Y yo no tenía ni diez años…
Quizá ese fue uno de los factores que a la larga me provocó una obsesión con el suicidio, la muerte y la honorabilidad de ambos, además de entender desde muy tempranas etapas que una razón para vivir no es nada si no es también una razón para la muerte.
Al Barón Ashler lo conocí mucho antes de otros suicidas que he admirado y en buena parte influenció a muchos de los que hoy somos parte de este monstruo llamado postmodernidad, los que pensamos que la muerte debe tener igual o más valor que la vida completa.
No se, pienso en el valor que tuvo la tristeza y la melancolía para los que fuimos adolescentes hace diez años, la manera en que determinó esos mediados de los 90 con música grunge, películas independientes y todo lo demás.
Es triste que los mejores héroes, los que llevan a cuestas todo el honor y el sacrificio, sean siempre ficticios; como si el honor fuera mitológico.
Salud, Barón.

El León



Y le pregunté al León, "Dime, sinceramente, ¿a qué sabe Montse?".

El León hizo un gesto indefinible, guardó silencio un momento y contestó: "Pues a Yolanda".

No respondí.

El felino supo desde entonces que comerse el índice derecho fue en principio una mala idea.