domingo, abril 30, 2006

Apreciaciones de una estresante semana


Domingo por la mañana. Ya había olvidado lo que era estar despierto un día como hoy antes de las 11 de la mañana. Y sin embargo lo hice, y no sólo me levanté, salí y fui a misa. Cosas de la vida. Cubrir al arzobispo y ver qué dice. Silva diría que no tenemos ninguna obligación de cubrir al tipo ése ni pedirle sus opiniones sobre temas varios pero qué remedio. La órden es la órden y ni qué hacerle. Así que domingo a las ocho de la mañana estaba levantado, bañado y esperando una hora un poco más prudente para salir de casa. La entrevista sería pasadas las 9:30.
Mañana lunes cumplo una semana de haber vuelto a este viejo hábito llamado la nota diaria, de lo cual no había tenido oportunidad de escribir precisamente por eso, por ser diaria, y por ende mis tiempos muertos se han ido reduciendo notoriamente desde hace seis días.
Creo que ni me he conectado al messenger y cuando lo hice fue para mandar una nota a mi editor y nada más. Así las cosas, se acabó la fiesta.
Sin embargo, antes de que me rayen la madre aclaro que no me estoy quejando, como dejé entrever en mi post anterior, había cierta nostalgia por el estrés, por el "periodismo automovlístico" (que no es el que cubre carreras de autos, sino el que consiste en que no puedes manejar a ningún lado sin que timbre el celular unas cinco veces y lo marques otras tantas para confirmar, cancelar o reiterar citas con la persona que uno mejor guste mientras le rayas la madre a la ruca de la Blazer que te cierra en Constitución).
Sí, extrañaba ese correr, esa urgencia de conseguir la nota y competir con el periódico de enfrente. Ya había pasado un año desde que entré al periodismo de género con Hora Cero, que aunque tenía todas las vitudes imaginables derivadas de la oportunidad de dedicarle un día entero de trabajo sólo a pensar la entrada de tu entrevista (oh, placeres mundanos!), también es cierto que me estaba aburriendo a sobremanera; sin contar, claro está que siempre es una desventaja en este negocio que lo único comparable con el tamaño del ego de tu jefe sea el tamaño de su lengua con que se dedica a dar placer oral a cuando funcionario pueda bajarle publicidad.
Eso obviamente no sólo da hueva sino también frustración, terrible frustración, por el hecho de que no importa cuán honorable pretendas ser, tu jefe se encarga de empinarte sin consideración alguna, todo por el bien de sus relaciones personales con sus amiguitos de gobierno. Chale.
En fin, la paciencia se termina algún día como sé que a otros de mis hoy excompañeros se les está por terminar (saludos, raza de sol) y heme aqui, publicando desde hace casi una semana en Milenio, lo cual tampoco deja de ser surreal en ocasiones.
Hace unos días me encontré con un diputado que había conocido desde mis tiempos de Radio Fórmula, hará ya unos dos años y medio.
"¿Qué onda, cómo estás?", me saluda el sujeto.
"Bien, aquí andamos trabajando".
"¿Qué dice Hora Cero?".
"Nada, ya me salí, desde el lunes estoy en Milenio".
El rostro del legislador se iluminó: "¡Orale! ¡Entonces ahora me caes mejor todavía!", para después darme un cálido apretón de manos.
Así es esto. Alguna vez le dije a una persona que quier mucho que en este trabajo no tenemos amigos, sólo hacemos amigos para el medio, al menos en lo que se refiere a la relación reportero-funcionario.
Podría parafrasear a Al Pacino en El Informante: "Sí, habla Antonio Argüello de Milenio... Quita el 'de Milenio' de esa frase y nadie me tomaría las llamadas".
En fin. Estamos de vuelta. Salutes a todos.

P.D. Antes de que alguno de ustedes me diga que invite las cheves con mi nuevo sueldo, les informo que no me han pagado... Así que soy yo quien pide que lo inviten. Salutes.

viernes, abril 28, 2006

Reencuentros

Mi viejo amigo el estrés... Lo extrañaba.

Enought

Suficiente.

martes, abril 18, 2006

lifeisacirclelifeisacirclelifeisacircle...

La siguiente crónica fue el primer texto de mi autoría que vi publicado en un medio impreso. Vaya, ya había publicado algunas cosas en pequeñas revistas literarias de la Facultad y medios igual o más irrelevantes, pero digamos que esta crónica (que por cierto nadie me pagó) me significó la primera página completa Milenio totalmente mía, de arriba a abajo, hasta la foto era mía (que por cierto no encontré para ilustrar ahora). Meses después, mi antigua jefa en el portal de internet del mismo Milenio me pidió el texto para publicarlo nuevamente, entonces sólo en la efímera página web dedicada a asuntos literarios y artísticos (Remember those days, Pato?) pues el material de arranque era bastante escaso.
En fin, nada de esto importa. En realidad el significado de que publique esto casi seis años después de haberlo escrito es simbólico y está fuera de las letras, una manera de representar la vida cíclica. Whatever, fue divertido porque todo mundo cuestionó mi honestidad en los últimos dos párrafos... Detalles, detalles... Salutes.

Una bella de La Habana oscura

Por Antonio Argüello

La lluvia que caía en la tarde daba a La Habana Libre un ambiente aún más húmedo que de costumbre. Los tejados de las casas y los edificios escurrían aun esporádicas gotas en el de por sí mojado pavimento.
Cuatro mesas estaban ocupadas en el restaurante. Aparentemente eran un par de europeos y los otros tenían pinta de latinoamericanos, panameños tal vez.
Una TuKola sudaba sobre la mesa junto a un cigarrillo “Monterrey” sin filtro y de tabaco negro. La mesera, una mulata de no más de 40 años, tomó el pedido de una pizza de jamón y queso que, aunque definitivamente rompía con la tradición cubana del pescado y los mariscos, no comparaba sus tres dólares de costo con los 20 que resultaba comer en los paladares la comida típica de Cuba, aunque esos 20 seguían resultando baratos en términos relativos, sobre todo considerando que una comida de menor calidad se obtendría al triple de precio en los lugares “chick” de Habana.
Era una noche fresca. El viento marítimo se dejaba sentir desde el malecón, como a 300 metros de distancia, el aire fresco se colaba por debajo de la lona a rayas verdes, rojas y blancas que protegía a las 10 mesas y a la barra, dejando descubierta una banqueta de dos metros de largo que conectaba con dos puertas: La de la izquierda hacia el lobby del hotel Vedado y la de la derecha a la calle.
Eran las 11:30 de la noche cuando Yaneth entró por la puerta de la calle. Venía acompañada de una mestiza de cabello teñido de rubio, ligeramente robusta y con un gran busto que se alcanzaba a asomar por el pronunciado escote que además dejaba mostrar un sostén color café. No podía evitar cierto aire vulgar.
Yaneth era distinta. Su cabello era corto y crespo, recogido por cinco diminutas pinzas. Su vestido era rosado y entallado, transparentándose unos calzones que le cubrían la mitad de cada nalga y un brassiere delgado. Era toda una habanera. Su piel estaba en un punto medio entre morena y aperlada. Los ojos color miel denotaban juventud y una paradójica inocencia. Sus manos no eran suaves, tenían una aspereza que cualquiera ubicaría en cualquier edad, pero no en los 19 años.
Era bella. Definitivamente era bella.
Delgada con su cintura y caderas perfectamente delineadas y dos piernas fuertes sin depilar, en las que los vellos dorados y extremadamente delgados pasaban totalmente inadvertidos aun para los más perceptivos ojos.
Se sentó en la barra y comenzó a conversar con el barman, un cubano de cabellos castaños y ojos azules. Se tenían confianza. Reían y bromeaban entre frase y frase. Ella le pidió fuego y encendió un cigarrillo “Popular” con filtro. Cruzó la pierna. Fijó la mirada:
“Estoy buscando quién me invite un trago”.
Miraba directo a los ojos. No desviaba su mirar del objetivo ni un solo instante. El buscado trago no tardó en aparecer: Un “Cuba Libre” (Ron y refresco de cola) junto a la cerveza Cristal que vino a sustituir a la “TuKola”. Era franca. Directa. Sabía a lo que iba y lo que buscaba esa noche en ese bar.
-Yo trabajo dando vueltas.
-¿Vueltas? ¿Qué tipo de vueltas?
-Vamos, tú sabes de lo que hablo. ¿Qué te imaginas?
-Soy mal pensado. Hay de vueltas a vueltas.
-Dime cuáles son.
-Existen las vueltas a lugares y las revolcadas en la cama.
-Las segundas...
No lo hacía a diario. Dos veces a la semana en ese mismo bar de ese mismo hotel bastaban para alimentarse ella y alimentar a su abuela, con quien vivía.
“Mi abuela no sabe a lo que me dedico; cuando salgo a trabajar lo digo que voy a dar una vuelta con unas amigas. No le quiero dar ese disgusto. No le quiero dar ese dolor”.
La abuela de Yaneth está enferma. Visita muy seguido el hospital de la Habana, que es gratuito, pero las medicinas, aunque en teoría también son gratuitas, generalmente tienen que pagarse debido a que ante la falta de abastecimiento en las farmacias públicas, los cubanos tienen que comprarlas en tiendas de divisas.
“Los 40 dólares que gané ayer lo gasté completitos en carne y en medicinas. A mi abuela le sacaron un litro de sangre y tiene que comer carne. Yo no se la toco. Ayer comí un trozo de pan y un refresco, ésa fue mi comida”.
Llegó la antitradicionalista pizza. Ella no pudo evitar acceder a tomar un trozo cuando se le ofrece. Ella y su abuela tenían todo ese lunes sin comer, y ese trozo de harina con queso y jamón era su primer y probablemente único alimento del día.
“Me es muy difícil. En mi casa hay días en que no hay qué comer y tengo que salir a ganar dinero”.
El gobierno cubano da comida a los habitantes, sin embargo, ésta se limita a un trozo de pan diario y una vez al mes medio kilo de carne de cualquier tipo por persona. Los sueldos comunes oscilan entre los siete y los diez dólares mensuales. Sumando la pizza y los dos “Cuba Libres” que ella había consumido, daba un total de 5.50 dólares.
Encendió un cuarto cigarrillo cerrando sus ojos y mirando a un costado. Al abrirlos vuelve a fijar la mirada y sentencia:
“Cobro entre 30 y 50 dólares, según el tipo”.
Sin embargo lo que se busca no es un “servicio a la habitación”, o más bien un “sexoservicio a la habitación”, sino simplemente fotografiarla.
Un punto más, la administración del hotel, que en ese momento se limitaba a tres guardias y un recepcionista, también tomó cartas en el asunto:
-Sólo quiero subir 15 o 20 minutos con una chica para tomarle unas fotos.
-Pues si sólo son 15 o 20 minutos te conviene más quedarte con ella y “darle”; mejor diviértete, chico, porque de cualquier manera yo te voy a cobrar 20 dólares por dejarte subirla.
-¿Veinte? Sólo voy a subirla un rato.
-No se puede, pero yo te puedo ayudar.
-Vamos, hermano, déjalo en 10.
-¿Y luego qué nos repartimos nosotros cuatro? Esto no es del hotel. Esto es entre tú y yo.
Se optó por el malecón.
En los hoteles no sólo cobran por subir una jinetera a la habitación. Los mismos guardias ofrecen chicas a los turistas que llegan a hospedarse. Sin embargo no es la única opción para aquel que guste de pasar una o más noches con una cubana.
Un “chulo” de nombre Silvio ofrecía en la calle mujeres de entre 16 y 21 años de edad, aunque, dijo, “si le buscamos, podemos encontrar menores...”.
En la ciudad ofrecen casas particulares en 15 dólares la noche. En ellas el cliente lleva a la chica y recibe el servicio. Se quedan la noche entera solos y por la mañana se van. Algunas de estas casas están legalizadas y son opciones económicas para quien no quiera pagar los 20 dólares en un hotel normal o un motel.
Obviamente el “chulo” recibe una comisión.
Precisamente por eso, Yaneth opta por trabajar sola en la calle.
“No voy a darle mi dinero a nadie. No hago esto por gusto sino por necesidad. Prefiero andar sola”.
Aunque en realidad no anda sola. Dos mulatas “colegas” la acompañan y apoyan en sus necesidades.
“Ellas me ayudan. Saben cuál es mi situación. A veces, cuando no vengo a trabajar por dos semanas porque voy al hospital con mi abuela, ellas van a mi casa y cocinan y me llevan comida”.
Ella está sentada sobre el muro del malecón viendo el mar. La noche ya ha caído y la gente que anda por la orilla del mar es poca. La Habana se pinta de oscuridad. La cámara capta a Yaneth mirando hacia el Golfo, hacia La Habana. Viendo la lente.
“Soy feliz en La Habana. Amo Cuba porque es preciosa, pero eso no quita que sea difícil vivir aquí. Quisiera ir a México. Tengo una prima en Tlaxcala... quisiera ira para allá...”.
No puede evitar un gesto triste cuando habla de su vida antes de iniciarse en la “vida galante”:
“Terminé con mi novio antes de entrar en esto. Ahora que sabe a qué me dedico no me habla, ni siquiera como amiga... Quiero trabajar. Quiero que me den trabajo en turismo. Quiero dejar esta vida”.
Baja del muro y cobra su parte. Quedamos para otra sesión de fotos que nunca se realizaría.
Antes de irse sólo queda una interrogante por responder:
-¿Y eres buena para hacer el amor?
-Hasta ahora todos han dicho que soy buena.
Lanzó una sonrisa coqueta.
Tomó un taxi y se fue.

lunes, abril 17, 2006

Eternity

Algo me llamó anoche para que pasadas las dos de la mañana bajara a escrbir la mayor parte de este cuento, que ahora al filo del medio día vengo a terminar. Fueros las primeras dos o tres líneas que me daban vueltas en la cabeza y derivó en un ejercicio de diálogo aderezado con cierta temática de película de Woody Allen. Los dejo con ella. Salutes.

Eternity

“Quisiera que este momento durara por siempre”, así comenzaba tu historia, ¿recuerdas? “Quisiera que este momento durara por siempre para por siempre vibrar en el diapasón de este momento”. Leía en voz alta. Lo recitaba con dulzura para ti. Las palabras manaban de mi boca con la suavidad del agua dulce y fresca brotando de una fuente silvestre, pronunciando cada fonema con el cariño y la cautela con que se sostiene en brazos a un niño pequeño, frágil y vulnerable.
“Quisiera que este momento durara por siempre”, repetí una vez más, y al hacerlo sentía que cada vocablo pronunciado era una fina caricia, un sutil roce con las puntas de mis dedos en la zona más sensible de tu cuello, la susceptibilidad más plena al contacto de tu piel, tu piel de palabras y versos que me rogaba seguir leyendo porque también sabías que tus palabras en mi voz eran igual a mi lengua en tu garganta.
Tú me escuchabas desnuda y sonriendo tumbada boca abajo, recostada sobre la cama con las piernas flexionadas moviéndose casi con vida propia, cargadas de emoción e impaciencia, como una niña aguardando el gesto aprobatorio para el dibujo que esmeradamente trazó, una extensión de sí misma plasmada en el papel.
Yo, también desnudo, caminaba por la habitación de tu departamento sosteniendo el papel en mi mano izquierda mientras un cigarrillo se consumía entre el índice y medio de mi derecha, la compostura que –como bien observaste alguna vez –asumo cada que pretendo analizar cualquier cosa.
“…El diapasón de este momento…”.
Una involuntaria sonrisa escapó de mi rostro, la oveja de un rebaño que no se dejó sobrellevar. “Este momento…”. Sí… El momento y el para siempre, pensé mientras me llevaba el cigarrillo a la boca. -¿Por qué? –De nuevo las preguntas, las malditas preguntas.
Algo brincó en mi mente con ese primer párrafo, una especie de diminuto punto negro cuya presencia sobre una impecable alfombra blanca hacía imposible que pasara inadvertido: ¿Por qué? ¿Por qué esas referencias contradictorias a la sublime eternidad y al terrenal momento? ¿Por qué empezar el cuento con el deseo de un “para siempre” cuando de antemano lo dabas por muerto al referirte a “este momento”? ¿Por qué maquillar un engaño? ¿Por qué disfrazarlo de falso deseo aplastado por una aceptación de la fatalidad? ¿Entonces ese “para siempre” no es real? ¿Estás anulando una declaratoria con una salida más o menos elaborada para no tener que pedir disculpas por traicionar ese deseo? ¿Es que en realidad ese “quisiera” es una palabra meramente decorativa, un hueco concedido al romanticismo de ornato que le permite acicalar la frase (y por ende el sentimiento) pero le quita toda posibilidad de voz y voto en la decisión final? ¿Es ese supuesto amor de tu personaje un niño muerto antes de nacer?
Pero seamos honestos, esas preguntas no tendrían ninguna trascendencia si no me hubieras dado el cuento a leer a mí, precisamente a mí. ¿Por qué me diste tu cuento a leer? ¿Por qué a mí primero y no a alguien más? Nunca te ha faltado opinión ni edición de tus amigos escritores y editores, ¿qué más daba mi opinión?
Me dijiste que ignorara el hecho y continuara la lectura (“No seas paranoico”), pero había algo en esa primera línea que brillaba con luz propia y me desviaba del resto del texto.
-No le pongas atención –insististe. –Es ficción, sabes que no se trata de nadie en particular, tú también eres escritor, sabes lo que es eso.
“Sí… Y porque soy escritor soy también cazafantasmas”, hubiera querido decir, pero preferí callar.
“Agazapada en el fondo de tu ser –intenté continuar con la lectura -, casi puedo sentir el aleteo de tu alas blancas y emplumadas, ángel mío, y el filo de tu espada protegiéndome del mundo, protegiéndome de todo, protegiéndome de mi; aunque en el fondo de mi alma oscura sé que hay algo de lo que no me puedes proteger: del jamás”.
Algo había, estaba seguro. Algo se escondía entre tus letras y no había que intuir demasiado de qué se podía tratar.
-Por favor, dear –esa costumbre tuya de utilizar el inglés para las frases de cariño como si cualquier cosa -¿A qué quieres llegar? ¿A que estoy tratando de decirte algo con el cuento?
-No lo sé… Sé que estoy exagerado, pero es como si hubiera un duende metido en esas palabras y me jalara los cabello cada que las leo y las vuelvo a leer.
Reíste. -¿Pero por qué?
-No lo sé… Es muy evidente que te esmeraste por construir la primera frase, te imagino tachando y tachando una y otra vez hasta quedar totalmente satisfecha. Te veo fumando cigarro tras cigarro frente a la computadora o frente a tu libreta de notas redactando la frase con todas las variaciones imaginables de pronombres y conjugaciones que pudieran aplicarse a la historia, a construir ese impúdico paroxismo con que inicias, todo para llegar a esa elaborada variación de “lo siento mucho, pero esta fue la última vez que cogimos”.
No terminé de hablar cuando te sentaste en la cama y cubriste tu desnudez con la sábana. -¿Eso es lo que entendiste de la frase? ¿Hasta ahí diste?
-No es que eso haya entendido –me daba cuenta de una naciente incomodidad entre nosotros -, esa es la impresión que me da, una disculpa por adelantado, un juego moralistoide que más me recuerda a las niñas de secundaria buscando excusas para darle decirles a sus novios que siempre no.
-¿Qué problema tienes en conjugar el presente inmediato y el para siempre?
-El problema no ese, el punto es que antepones una cosa con la otra, nulificas todo, no llegas a convertirlos en un solo elemento, sólo es un quebrado que al reducirlo a su mínima expresión queda en un llano “jamás”.
-Creo que esa obsesión tuya por el lenguaje te está llevando a extremos que no puedes controlar –dijiste encendiendo un cigarrillo.
-Y creo que tu concepto de “para siempre” tiene la estrechez de un momento.
Tardaste un breve instante en contestar. -No es estrechez, es aceptar la realidad de que el momento no durará por siempre, es reconocer la limitante del tiempo, que el placer no dura, que todo es pasajero, hasta el concepto de lo sublime y lo etéreo lo son.
-Perfecto –aduje sarcástico -, entonces nos vamos entendiendo. De antemano el “para siempre” nació muerto y el “quisiera” es más una plegaria estéril que un auténtico deseo.
-Carajo, contigo no se puede razonar.
-Sabes que como editor soy un hijo de puta.
-¿Sólo como editor?
-¿Qué te puedo decir? Algo hay ahí escondido que me habla lo frívolas que son las relaciones, de toda la superficialidad implícita. Y que conste que digo “las relaciones” y no “nuestra relación” (no es que me esté curando en salud). Por más emotividad que decore tus palabras, aun con todo ese frenesí de la eternidad y los momentos, cualquier cosa que digas no le restará un gramo de banalidad a cualquier relación entre dos seres humanos. No hay eternidad que supere el instante. No hay más infinito que el microcosmos.
-¿Pero entonces a qué quieres llegar? –y al decir esto la ceniza de tu cigarrillo cayó irremediablemente sobre tus sábanas -¿A que el amor realmente no existe?
-No exactamente, quiero decir que no entendemos hasta qué punto somos incapaces de pensar en términos abstractos, de lo inútiles que somos cuando nos quitan los tornillos, los maderos y el martillo. No tenemos la más mínima perspectiva de tiempos, espacios, emociones, sensibilices y opciones del destino. En realidad el “para siempre” de los enamorados no es otra cosa que la repetición infinita de un instante placentero, sin tomar en cuenta a los momentos sucesivos a él ni el hartazgo que esa repetición pudiera crear eventualmente.
Guardaste silencio unos segundos mientras masticabas lo que acababa de decir, todo derivado de la primera línea de tu cuento.
-No lo sé… creo que si quitas toda la exacerbación, todo el ímpetu, aun podría haber la posibilidad de un “para siempre”, y además, te recuerdo que de antemano aclaré que la limitante del tiempo y la imposibilidad de esa repetición que tú dices estaban ahí.
-Claro que lo están, por eso empezamos con esta discusión: uno desea el “para siempre” como quien desea salir nadando de una isla en medio del océano. Ese deseo de repetir eternamente un instante no es otra cosa que la intuición de que no hay más eternidad que ese momento, porque el futuro y los compromisos, y el matrimonio, la monotonía, hemorroides, ulceras gástricas y etcétera.
-Noto cierto pánico a la vejez.
-Le temo más a la vejez que a la muerte, querida.
Reíste con esa risa que tanto amo de ti. –No lo dudo, serías un viejo en verdad detestable, ningún Chartlon Heston.
-Lo sé… Ni Sean Connery…
-¿Sabes? Creo que eso es todo lo que te pasa, tienes miedo del futuro. Tienes miedo de un día ser un viejo decrépito que dé más risa que deseo.
-Afortunadamente entonces tampoco habría un para siempre. Además, no planeo llegar a viejo, con unos 40 o 45 me daría por bien servido. No me gustan las carreteras de bajada.
-Ya se… ahí es donde empieza el “could be…”.
-Por Dios… -refunfuñé sentándome frente a ti. -¿Qué tienes con el inglés? Cada quien su lengua, ¿no?
Volviste a reír, ahora mientras te lanzabas hacia mí para abrazarme. -¿Ves lo que te digo? Serás un viejo asqueroso y amargado.
-En ese sentido, querida, sólo me falta lo viejo.
-Pues no lo sé, pero nada de lo que me digas hará que cambie esa línea del cuento.
-Bien por ti. Finalmente lo más parecido que tenemos a un verdadero “para siempre” es la necedad.
-Así sea…
Casi sin pensar aventé las hojas al piso y acerqué mi rostro al tuyo. De nuevo descubrí tu cuerpo desnudo y sumí mi rostro entre tus senos.
-Sabes que te amo ¿cierto? –murmuraste en mi oído para después besarlo y meter tu delgada lengua en él. –Te amaré por siempre.
Sonreí y cerré los ojos, cobijado por tu cuerpo y besando con dulzura uno de tus rubios pezones.
La alarma de tu reloj timbró al poco tiempo.

Antonio Argüello
18 de abril de 2006

viernes, abril 07, 2006

No más Santoy

Dos posts en un día, sí. Bueno, esto no es precisamente un post. En realidad publico el artículo -resumen que mi jefe me pidió para el caso Santoy y que finalmente no quiso publicar por razones que no voy a detallar en estas líneas. Simplemente publico un texto que no se iba a publicar de otra manera y que me gustó al escribirlo.

Este texto es también lo último que publico en este blog relativo a Diego, salvo que la historia dé otro giro como que Diego es del Kukuxklan o algo por el estilo.

P.D. Me largo toda la semana santa (bueno, no me largo, solo no vengo a trabajar), así que dudo mucho haya publicaciones durante los próximos dias, aunque quién sabe, igual me instalan el intercable antes del jueves y toda la historia cambie. Veremos.


Clímax para
novela negra


Por Antonio Argüello

Es difícil especular la intención de Diego Santoy Riveroll y su abogada Raquenel Villanueva con el juego mediático –y casi manipulador –de “la verdad se va a saber…”, pues sirvió como una manera de mantener vivo el interés en el doble homicidio de los hermanos Peña Coss y sobre todo, como una forma de levantar una enorme expectativa en torno a la declaración preparatoria del supuesto doble homicida que terminó –paradójicamente –por minar severamente su credibilidad.

La abogada del joven de 21 años que para estas alturas se ha convertido en la mayor celebridad de la nota roja de Nuevo León –muy por encima de Julio Castrillón Escobar, quien nunca dio una entrevista –, se encargó de concentrar la atención de la comunidad en un caso que si bien como fondo lleva a dos niños asesinados, de modo colateral conlleva un sinfín de rumores, supuestos, acusaciones y patadas bajo la mesa que alcanzaron su cúspide la tarde y noche del sábado 1 de abril, cuando Diego dio su tan anticipada verdad, la que según la defensora daría un radical giro al caso.

Pero no sucedió así: la declaración del muchacho no sólo no ayudó en nada a su defensa sino que derribó la credibilidad que de una manera u otra se había forjado ante la opinión pública, que a 25 días de los asesinatos de la Calle Monte Casino en Cumbres, comenzaba a dudar de las versiones iniciales que señalaban al estudiante de FIME como el único asesino.

Al contrario, la supuesta verdad de Diego en que se desligaba completamente de los asesinatos y levantaba el dedo acusador contra su ex novia, Erika Peña, resultó inverosímil tanto para la sociedad como para el juez Angel García, quien no dudó en desecharla precisamente “por inverosímil”, porque Diego tuvo 25 días para meditar su versión inicial donde confesaba los homicidios y ajustarla de mejor modo para su beneficio, describiéndose a sí mismo como un joven atemorizado por la furia, el odio y las acciones de su ex novia.

Sencillamente su verdad resultó imposible de creer para el juez y para quienes habían seguido el caso; y lo que se advertía como un parteaguas del caso, terminó siendo un dique que volvía las cosas a su estado original: la condena generalizada a Diego Santoy Riveroll, 21 años, estudiante de FIME, presunto doble homicida.

DEFENSA EN
DOS FRENTES

Algo estaba por suceder la noche del viernes 31 de marzo, no había que ser demasiado perspicaz para intuirlo: De la nada, Erika Coss y León concedió una entrevista al periodista Joaquín López Dóriga a través de un enlace en vivo desde Monterrey.

La imagen de la joven, su semblante adolorido, sus susurros ahogados que con dificultad se podían colar por las heridas de su garganta y sus palabras de indignación por las versiones que la apuntaban como cómplice del homicidio se transmitieron a nivel nacional, con un López Dóriga si bien más afable que de costumbre con sus entrevistados, también en búsqueda de la verdad con la joven víctima, aunque al final terminó sólo reafirmando ese punto: la joven víctima, la agredida, la muchacha inmolada por quien antes apuñaló y estranguló a sus dos hermanitos.

Ese fue el mensaje real, más allá de todas las palabras, que Erika era la joven víctima, un día antes de que el “presunto” cambiara su versión inicial de los hechos.

El diálogo con López Dóriga fue el primero de una serie del que seguirían Javier Alatorre y Mario Gámez, todo esto después de que Erika y su familia permanecieran fuera del ojo público durante casi un mes, a excepción de la rueda de prensa que su madre, Tere Coss, brindó 13 días después de la tragedia, la tarde que su hija abandonó el hospital.

De esta manera la familia Peña Coss dejaba claro que no sólo defendían el frente legal. Los ataques más fuertes que recibían se daban por otro flanco: el mediático, el de los rumores, avivado desde la declaración ministerial de Humberto Leal, el muchacho que ayudó a Diego en su huída y que habló de una supuesta relación sentimental de su amigo con Tere Coss.

Ahí comenzó el interés anormal de los medios informativos: cuando Multimedios Estrellas de Oro y gobierno del Estado pusieron todo su ahínco en frenar la información e investigaciones en torno al caso, una línea que llegó a tal punto que reporteros y jefes de información se preguntaron por qué tanto empeño en ocultar un supuesto amasiato entre dos mayores de edad. Algo más debía haber.

Así –y para perjuicio de Erika y su familia –el intento de gobierno y Multimedios por minimizar el caso equivalió a un intento por apagar un fuego con gasolina.

Fue después que llegó Raquenel…

La litigante más controvertida del Estado –probablemente superada únicamente por el extinto Leopoldo del Real Ibáñez –tomó la defensa de los Santoy Riveroll y con ello, comenzó una fuga de información y rumores hacia los medios de comunicación, que veían en Raquenel más una jefa de prensa que una abogada.

Ahí surgió la versión del embarazo de Erika, el supuesto aborto, que si Tere Coss era sacerdotisa satánica, que si Erik Azur y María Fernanda no eran hijos del mismo padre de Erika y Azura y sobre todo, que Erika no había sido víctima el dos de marzo en Monte Casino, sino que había participado también en los homicidios.

Y entonces, la lluvia de teorías: Diego fue obligado por Erika; o bien, el joven apuñaló al niño y su ex novia a la niña; o quizá fue una venganza pactada contra Tere Coss por haber obligado a Erika a abortar, o contra el verdadero padre de los pequeños, fuera Fernando Elizondo Santa Cruz o el tal Enrique que la empelada doméstica citaba en su declaración, todas las teorías imaginables, unas más inverosímiles que las otras.

Sin embargo, todas en su conjunto sirvieron para algo, pues con los días fueron creando una sombra de duda sobre la familia Peña Coss al grado de que en Monterrey quien no daba por hecho que Erika había tenido participación, al menos tenía sus interrogantes al respecto.

Por eso, cuando Raquenel Villanueva comenzó a pregonar a cuanto reportero se le atravesaba que Diego iba a decir “su verdad”, la expectativa comenzó a crecer exponencialmente.

VUELTA DE TUERCA

Así como en el mito de Sísifo, el héroe griego estaba condenado a subir la misma enorme piedra por una pendiente una y otra vez, cuando tras un largo trabajo Diego había conseguido un impacto en la sociedad que le había redituado en credibilidad, de la noche a la mañana todo se le vino abajo.

Buena parte de la gente que había sospechado de Erika cambió de opinión y Diego volvió a convertirse en el doble homicida de Cumbres.

La declaración con la que pretendía dejar sin efecto su confesión original contradecía todas las otras versiones: la de Erika, la de la empleada doméstica Catalina Bautista Juárez, la de la secretaria Lynda Marentes y hasta la de su amigo Humberto Leal.

Que él no había hecho nada, aseguró, que Erika cometió ambos homicidios y él sólo se mantuvo impávido, aterrado ante el frenesí de odio y venganza supuestamente mostrado por su ex novia, ya enterada para entonces de la relación de Diego con su madre.

El mismo juez Ángel Mario García Guerra, la consideró inverosímil cuando dictó auto de formal prisión al encontrarlo presunto responsable de los delitos de homicidio calificado, tentativa de homicidio, privación ilegal de la libertad y robo de un vehículo.

Pero eso no era todo. La ofensiva contra Diego no terminaba aun. Un día después de su declaración preparatoria, el subprocurador de justicia Aldo Fasci Zuazua citó a los medios de comunicación para exponer las 61 pruebas periciales que la corporación encontró y que apuntaban directamente a un solo asesino: Diego.

Esa misma semana se le dictó la formal prisión. De poco le sirvieron a Diego las entrevistas con Adela Micha, Carlos Loret de Mola y hasta con la Oreja, transmisiones que harían palidecer a Oliver Stone, Quentin Trantino y su “Natural Born Killers”.

Un fotolog en internet citaba por esos días “Cuando este muchacho (Diego) presenta su declaración la luz, el espacio, los rostros, la composición, todo parece un set de cine ordenado por la mano de un director de arte”.

Ese memento significó también el inicio de una hasta entonces inexistente apertura de los Peña Coss: la empleada doméstica dio entrevista a dos medios distintos, hubo recorridos de la casa, imágenes de los cuartos aun con huellas de la masacre, todo lo posible por recordar a la opinión pública que el caso se trata de dos asesinatos.

Susana Valdéz, presentadora de noticias de Televisa, transmitió un homenaje a los dos niños con fotografías y música de fondo, así como el resto de los medios que dieron especial énfasis a los rostros de Erik y María Fernanda.

Todo con el efecto de ir difuminando poco a poco la imagen de Diego, de ir sumiéndolo en la oscuridad de una prisión y de la condena –nuevamente –de la opinión pública y la justicia.

Con estos dos dedos...


En algún post anterior cité a Santo Tomás Apóstol y su famosa frase de "si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos...". Por alguna razón me quedé pensando en ello varios días, quizá porque hace algun tiempo estaba la discusión si se declaraba a Santo Tomás como el Santo Patrono de los Periodistas por esa virtud suya de la duda y el hambre por la verdad (aunque no se en qué momento ambas cosas se volvieron virtudes para una religión), no se en qué terminó ese debate, pero al caso es irrelevante.
Supongamos realmente que Tomás Apóstol realmente es nuestro ejemplo de vida, compañeros de penuria laboral (ash, ya se, es todo un cliché eso de quejarse de esta chamba que no paga pero igual ahi estamos todos de pendejos), que en verdad ese diálogo que cita el Evanjelio de San Juan es la piedra angular, al menos a nivel espiritual, de nuestra labor. Cito:

"En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".

Como dije en el post anterior, no voy a discutir las implicaciones psicoanalíticas del concepto de "meter mis dedos en los agujeros de los clavos" porque sencillamente no es el tema, pero quizá sí es tema de reflexión esta actitud no sólo de duda, no sólo de escepticismo sino de franco reto. Preguntarnos qué tan aplicable resulta en nuestro actuar diario. Entremos en el supuesto por un momento, por favor:

  • Señor Procurador, hasta no meter mis dedos por la herida de la garganta, no creeré que a Erika le cortaron la aorta... Ahora, hablemos del supuesto embarazo...
  • Don Emlio Azcárraga, hasta no ver que no tiene chupetones de diputados y senadores en su glande, creeré que no metió mano en la Ley Televisa.
  • Jefe Diego, ¿es un vello púbico marca Televisa eso que tiene enredado en su barba?
  • Doña Martha, hasta no meter mis manos en las cuentas de Vamos México...
  • Carmen Campuzano, venga para acá...
  • Señor Presidente, esto se vuelve recurrente... ¿Seguro que todas esas operaciones de espalda son absolutamente necesarias?
  • (Para Silva) Así que no tiene antecedentes penales, Señor Arguijo... Mmmmh... Supongo entonces que para usted no hay implicación alguna en levantar ese jabón, ¿cierto? No hay problema alguno con ello... ¿O no es así?
  • Chale, jefe... ¿Le cae que todo eso que va a quemar la PFP es mota? Hay que estar seguros, ¿no cree?
  • Así que, Belinda, crees en la virginidad antes del matrimonio...
  • ¿Cáncer de próstata, alcalde Canavati? Chingao... Dichosos los que creen sin haber visto...

Supongo que de ser periodista, Santo Tomás no habría dudado del boletín de prensa de sus compañeros apóstoles informando de la resurrección de Jesucristo... Acaso habría citado algo así como "Según fuentes allegadas, Jesús de Nazareth abandonó por su propio pie su sepulcro al tercer día de su supuesta muerte".